Muerte en el meridiano by Carlota Suárez

Muerte en el meridiano by Carlota Suárez

autor:Carlota Suárez [Suárez, Carlota]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Sátira
editor: ePubLibre
publicado: 2024-04-14T00:00:00+00:00


* * *

Me despierto en el sofá, con un dolor de cabeza terrible y una bolsa de guisantes congelados por sombrero. Las palabras de Minerva me han golpeado de lleno, haciéndome caer del taburete. Ha sido un buen golpe.

La Reina está a mi lado. Me hace preguntas absurdas, como cuál es mi nombre, qué día es, dónde estoy o cuántos dedos veo. Acierto seis de diez. Se da por satisfecha y me ofrece un vaso de agua. Le pido el bote de kétchup. Doy un trago largo. Minerva hace una mueca de asco. Dice que tengo mejor color. Decide que estoy en condiciones de escuchar lo que me tiene que decir.

La bloguera está muerta. La encontró Lennon, muy cerca de aquí, detrás de Greenway House, en el pedrero contra el que muere el arenal.

—Traumatismo craneoencefálico, sin signos de violencia sexual —dice Minerva, ufana.

«Contra el que muere el arenal. Mue-re». La muerte siempre está. Muere el arenal y mueren las olas. Arena, agua y sal, una muerte periódica que, por regular y repetitiva, no parece tan definitiva como la otra, la de Carlos, la de mi madre, la de Catalina. Esas muertes son para siempre.

Recuerdo a un artista cubano, Reinaldo González Fonticiella: «Preguntó la vida a la muerte: ¿Tú nunca puedes morirte?». Sus palabras me atraviesan. «Y la muerte contestó: ¡Yo siempre he vivido muerta!». Y me digo que, aun muerta, la muerte vive. Está en las olas y en la arena, en la orilla del mar y del río. La muerte siempre me ronda.

Lidia ha llamado. Un equipo de investigadores acaba de llegar desde El Hierro. Las actividades literarias continúan, pero sin público físico. Solo telemático. Nos piden evitar todo contacto con personas ajenas a la organización. Debemos quedarnos aquí hasta media hora antes de nuestra participación. Nos trasladarán al recinto ferial y nos traerán de vuelta al finalizar los actos. Nadie puede irse de la isla. Nadie.

Repaso el programa de hoy. Leo, con horror, que la presentación de mi libro está programada para esta tarde. Es en la carpa Quevedo, a las cinco. «Muerte, pistola, Pato Lucas, Walter. No voy. No».

A duras penas, consigo procesar la información que me da. Recurro de nuevo a la pauta jamaicana. Sorbo, calada; sorbo, calada; sorbo… Minerva está buscando un escondite seguro para su alijo de marihuana. Los investigadores van a venir. Pronto.

—Van a hacernos unas preguntas —me dice.

No le preocupa que vean los porros, pero no quiere que se distraigan con nada que no tenga que ver con el crimen. Lo sabía, sabía que tarde o temprano la bloguera aparecería muerta. Está segura de que se trata de un asesinato, tiene que serlo. Es lo que lleva esperando toda la vida, un crimen de verdad en el que meter las narices. Meter las narices para sacar la pluma.

Necesito alejarme del aura de exaltación que la rodea. Aplasto la colilla en el fregadero. Subo a vestirme. Si esos tipos van a venir, será mejor que no me encuentren en bragas.

Abro la ducha. Giro el termostato.



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