Mil grullas by Yasunari Kawabata

Mil grullas by Yasunari Kawabata

autor:Yasunari Kawabata [Kawabata, Yasunari]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Erótico, Psicológico
editor: ePubLibre
publicado: 1952-01-01T05:00:00+00:00


2

Fumiko llevó dos tazones sobre una bandeja. Eran de forma cilíndrica, un Raku rojo y un Raku negro. Colocó el negro delante de Kikuji. En él había té común y corriente. Kikuji levantó el tazón y miró la marca del ceramista.

—¿Quién es? —preguntó bruscamente.

—Ryonyu[8], creo.

—¿Y el rojo?

—Ryonyu también.

—Parecen una pareja. —Kikuji miró el tazón rojo, que permanecía delante de las rodillas de ella sin que lo tocara.

Aunque eran tazones ceremoniales, no parecían fuera de lugar como tazas de té corrientes, pero una imagen desagradable relampagueó en la cabeza de Kikuji. El padre de Fumiko había muerto y el padre de Kikuji había seguido vivo. ¿Este par de tazones Raku no había servido como tazas de té cuando el padre de Kikuji venía a visitar a la madre de Fumiko? ¿No había sido utilizado como las tazas «marido-esposa», la negra para el padre de Kikuji, la roja para la madre de Fumiko? Si eran hechos por Ryonyu, uno no podía ser un poco descuidado con ellos. ¿No habían también sido llevados en los viajes? Fumiko, quién sabía, quizás estaba jugándole una broma cruel.

Pero él no percibió malicia ni cálculos, por cierto, en que ella trajera los dos tazones. Sólo percibió un aniñado sentimentalismo que también lo embargó. Él y Fumiko, acechados por la muerte de la madre, eran incapaces de contener este grotesco sentimentalismo. El par de tazones Raku profundizaba la pena que tenían en común. Fumiko también sabía todo: el padre de Kikuji y su madre, su madre y Kikuji, la muerte de su madre. Y habían compartido el delito de ocultar el suicidio.

Era evidente que Fumiko había sollozado al hacer el té. Sus ojos estaban ligeramente enrojecidos.

—Me alegra haber venido hoy —dijo Kikuji—. Puedo aceptar lo que dijiste hace unos minutos que entre los vivos y los muertos no puede haber perdón ni la imposibilidad del perdón pero, en cambio, ¿puedo pensar que he sido perdonado por tu madre?

Fumiko asintió.

—De otra forma, madre no puede ser perdonada. No es que ella pueda perdonar.

—De alguna manera es terrible que yo esté aquí contigo.

—¿Por qué? —Ella lo miró—. ¿Quiere decir que estuvo mal que ella muriera? Yo misma me sentí muy decepcionada. Pensé que no importaba cuán malinterpretada hubiera sido ella, la muerte no podía ser la respuesta. La muerte sólo interrumpe la comprensión. Posiblemente nadie puede perdonar eso.

Kikuji se quedó callado. Se preguntó si también Fumiko se había esforzado hasta una confrontación final con el secreto de la muerte. Era extraño escuchar que la muerte interrumpe la comprensión. La señora Ota que Kikuji conocía ahora era bien diferente de la madre que Fumiko conoció. Fumiko no tenía manera de conocer a la madre como mujer.

Perdonar o ser perdonado era para Kikuji como ser acunado en esa ola, la languidez del cuerpo de la mujer. Parecía que la languidez estaba aquí también, en el par de tazones Raku. Fumiko no había conocido a la madre de ese modo. El hecho de que la hija no conociera el cuerpo del cual provenía era extraño y sutil.



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