Mi familia y otros asesinos by Fran Navarro & Chus Navarro

Mi familia y otros asesinos by Fran Navarro & Chus Navarro

autor:Fran Navarro & Chus Navarro [Navarro, Fran & Navarro, Chus]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2024-04-25T00:00:00+00:00


Cotillear un móvil ajeno es delito

AINHOA

Richard se aleja de nosotras, adentrándose en la oscuridad como un descubridor que parte en una expedición hacia los confines del planeta, aunque la épica no viene dada por la grandeza de la gesta, sino por su propia debilidad. Es absurdo que un señor de su edad, que camina apoyado en un bastón, tome este tipo de riesgos. Nosotras lo observamos marchar desde la entrada a la mansión, manteniendo un silencio respetuoso. La verdad es que ver a Florencia mostrando una actitud tan solemne me tiene sorprendida, debe de estar realmente preocupada por su abuelo.

—¿Quieres que le impidamos seguir? ¿Crees que le va a pasar algo?

—¿Estás loca? Vamos a esperar a que se marche y volvemos a entrar. No quiero que nos vea —me dice.

Así que era eso, estaba actuando. Richard se gira para despedirse, o quizá incómodo porque le clavamos nuestras miradas en la espalda. Florencia hace el teatrillo de volver a casa de los Watson y yo voy tras ella. Nuestro gesto parece convencer a su abuelo, porque sigue adelante hasta perderse en la noche.

—Va, rápido, que me congelo —me dice Florencia.

Las dos corremos de vuelta a la mansión y yo todavía no sé por qué. Florencia se quita uno de los guantes de color amarillo fosforito y, con su mano desnuda, saca del bolsillo unas llaves que yo no podía ni sospechar que ella llevaba encima y abre la puerta.

—¿Me vas a explicar de qué va todo esto? —pregunto.

—Quiero comprobar una teoría, ¿te importa que hablemos dentro?

—¿Y cómo vamos a entrar? ¿También tienes la llave de esa puerta?

No me da tiempo ni a terminar la pregunta cuando mi chica selecciona la susodicha llave. Le cuesta acertar a introducirla en la cerradura, hace mucho frío y sus manos están agarrotadas. Lo termina consiguiendo pese a la dificultad, y lo celebra emitiendo un grito de alegría de esos tan suyos.

En pocos segundos nos encontramos otra vez a cubierto, rodeadas de animales que nos reciben con alegría entre maullidos, ladridos y algún que otro insulto.

—¡Ganapanes! ¡Perroflautas! —grita el loro.

Mientras tanto, entre semejante alboroto, nosotras empezamos de nuevo el ritual de quitarnos la ingente cantidad de prendas de abrigo que llevamos encima: los guantes, el gorro, la braga, el abrigo y el polar. Si llego a saber que no íbamos a movernos de aquí, no hago el esfuerzo de ponerme y quitarme todo, es un trabajo y no me gusta trabajar gratis. Ahora que lo pienso, llevo trabajando gratis toda la Navidad porque nadie me va a abonar las horas dedicadas a esta investigación. En fin, no quiero ni pensarlo, espero que Papá Noel se haya portado bien o la Nochebuena me va a salir a pagar.

—¿Ya me vas a contar qué hacemos aquí? Has encontrado algo, ¿verdad? Has vuelto a ocultar información a tu abuelo —le digo.

—Y él a nosotras, ¿qué te has creído? Sabe más Richard Watson por viejo que por Watson.

Florencia se adentra en el salón, rodeada por todos los animales, que no sé si le han cogido cariño o es que todavía tienen hambre.



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