Matar a Henry Parker by Jason Pinter

Matar a Henry Parker by Jason Pinter

autor:Jason Pinter
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Intriga
publicado: 2007-08-09T22:00:00+00:00


Capítulo 22

No sé cuánto tiempo pasamos en la parte de atrás de la camioneta. Cada segundo era angustioso, la tensión nos cubría como un manto sofocante. Añádase a esa mezcla potente la chica cuya vida yo había puesto en peligro (y que sin duda me daría una paliza en cuanto estuviéramos a salvo) y el viaje en camioneta parecerá una travesía en tabla de surf por el séptimo círculo del infierno. Música country aparte, aquéllas fueron las peores dos (¿o fueron tres, cuatro o cinco?) horas de mi vida.

Hicimos un par de paradas cortas; semáforos, supuse, porque nos poníamos en marcha pasados unos minutos. Pensé en mi mochila, en la que seguía la cinta de la entrevista de Luis Guzmán, y que se había quedado en casa de Amanda. Cuando el conductor (David Morris, según el nombre chapuceramente escrito en su caja de herramientas) se detuvo por fin completamente, esperamos un rato que se nos hizo eterno antes de atrevernos a sacar la cabeza.

Levanté la lona y vi cernerse sobre nosotros un letrero de neón blanco en el que se leía Ken’s Café. Las bombillas de la C estaban fundidas. Ken’s afé me pareció bien.

Habíamos parado en un área de servicio; no sabíamos dónde, pero estábamos fuera de San Luis. Había un pequeño restaurante y una gasolinera. Una autovía llena de tráfico corría en paralelo. La noche negra empezaba a ceder lentamente al gris de la mañana. ¿Dónde estábamos?

—No hay nadie —le dije a Amanda—. Vamos.

Eran las primeras palabras que le dirigía desde hacía horas. Ella apenas se dio por enterada, pero antes de que pudiera moverme saltó de la camioneta y empezó a cruzar el aparcamiento. Corrí para alcanzarla, rezando por que no se pusiera a gritar antes de que pudiera darle una explicación.

Los primeros rayos de sol empezaban a asomar en el horizonte, bellas pinceladas de naranja y oro mezclándose con el gris. Miré la hora. Había pasado otro día. Hacía casi treinta y seis horas que John Fredrickson había muerto. Treinta y seis horas desde que mi vida había cambiado irrevocablemente. Por un momento me olvidé de todo. Me olvidé de John Fredrickson, me olvidé de que tres personas querían verme muerto, me olvidé de que había tenido una vida, una buena vida, una vida que quizá no volviera a ver. La belleza del cielo de la mañana, el susurro del aire fresco, me llevaron muy lejos. Sólo pensaba en Amanda, en su mirada cuando le dije mi verdadero nombre y le revelé mi traición. Aquello era ahora mi vida. Y no había vuelta atrás.

—Amanda, por favor —intenté agarrarla de la manga. Se apartó y siguió andando—. Deja que te lo explique.

De pronto se volvió hacia mí, su mirada fría como una roca.

—¿Quién eres? —preguntó—. Dime la verdad ahora mismo. Porque si se me ocurre pensar siquiera que me estás mintiendo, entraré en esa cafetería y llamaré a la policía.

Cerré los ojos. Era hora de sincerarse.

—Me buscan por el asesinato de un policía de Nueva York llamado John Fredrickson.



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