Manifiesto puta by Beatriz Espejo

Manifiesto puta by Beatriz Espejo

autor:Beatriz Espejo [Espejo, Beatriz]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Sexualidad
editor: ePubLibre
publicado: 2008-12-31T16:00:00+00:00


El estigma del diferente

Imagina que sales a la calle y todo el mundo te mira, de repente te preguntas… ¿qué pasa?, ¿por qué me miran…? Buscas en tu cuerpo y en tu compostura algo que te dé pistas sobre la actitud de la gente, y no encuentras nada. Las miradas se tornan en burla o desaprobación…, no te pasa nada, ni les has hecho nada, tampoco estás en un escenario ni rodando una película.

Alguien se burla de ti…, y después alguien más. Al día siguiente se repite la escena… y al siguiente…, y empiezas a pensar que tan embarazosa situación se perpetuará hasta que la razón ajena decida que debe perpetuarse, hasta que lo que ven en ti, y que no sabes qué es, deje de molestarles, y piensas que quizá nunca paren, que siempre estarán ahí a la vuelta de la esquina esas miradas, esos reproches y desprecios y piensas… ¿qué les he hecho?

Y sabes que no es una pesadilla, que es real. Y sientes cómo un escalofrío infinito inunda tus entrañas. Y sabes que estás solo, que eres distinto, que el vacío que te provocan los demás es el preludio de la desolación que empieza a socavar tu existencia… Y sueñas que quizá, en algún sitio, alguien te tienda una mano y descubra que eres inocente, tú y solo tú, y que los demás, que son el resto, por más que sean legión, se equivocan.

Uno de los episodios más duros de mi currículum vital fue el período de mi preadolescencia.

Mi identidad femenina me salía por los poros sin que hubiera forma de disimularla.

Ante los demás yo era un niño afeminado, muy afeminado.

Y todo ello en un pueblo de poco más de dos mil habitantes. Con tan solo diez años ya se me conocía como EL MARICÓN DEL PUEBLO.

El acoso era constante, burlas, grititos, invitaciones sexuales ridiculizantes estilo «niiiñaaa chúpame la polla», y así prácticamente todos los días hasta que cumplí quince años.

A partir de esa edad decidí coger las riendas de mi destino. Ya conocía la existencia de la transexualidad, y eso que todavía estaba envuelta en un importante oscurantismo social.

Así que decidí ser aquello que sentía y que todos me reprochaban: una nena muy nena.

Y claro…, pasé de ser el marica afeminado, a la travesti del pueblo. Toda una marciana que les dejaría para siempre boquiabiertos, con reacciones que fluctuaban entre el estupor, la indignación, el deseo sexual y una atracción indisimulablemente morbosa.

Me di cuenta, además, que presentarme como una chica modosa no redundaría en beneficio de mi causa. Para ellos era lo que era: una extraterrestre.

A los dieciséis ya me hormonaba, y mi transexualización me estaba poniendo monísima. A los diecisiete decidí desarrollar una estética de diva de la música disco —versión Stravaganzza— por el regusto de epatar, de sentirme bella, altiva y alejada de la mediocridad. Y mi pueblo nunca volvió a ser el mismo.

Algún día, quién sabe, me entretendré relatando las mil y una vicisitudes de una diva trans atrapada en el pueblo equivocado.



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