Maldito Romeo by Leisa Rayven

Maldito Romeo by Leisa Rayven

autor:Leisa Rayven [Rayven, Leisa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2014-12-01T05:00:00+00:00


Seis años antes

Westchester, estado de Nueva York

The Grove

Noche del estreno de Romeo y Julieta

Hay ocasiones en la vida de cualquier actor en las que el inmenso torbellino de posibilidades y fantasías se destila con una claridad cristalina; en las que la línea que separa la imaginación de la invención se difumina y el talento y la convicción convergen en un esplendor fugaz.

Esta noche es una de esas noches.

En el instante en que pisé el escenario, mi transformación fue absoluta. Julieta revivió plenamente en mí.

Ahora estoy viviendo su realidad y, a medida que transcurre la obra, mi voz habla por ella, mi cuerpo siente sus emociones y mi mente se esfuerza en comprender que el hombre que tengo delante es real, perfecto y mío.

Se halla bajo mi balcón, impulsado por su necesidad de estar conmigo. Me avergüenza que me acabe de oír lamentándome por lo mucho que le amo, pero por nada del mundo dejaría de atenderle.

Trepa por el emparrado con gesto sombrío y determinado.

—¿Cómo habéis entrado aquí? —le pregunto en voz baja. Ha cometido una tremenda imprudencia—. ¿Decidme, con qué objeto? Los muros del jardín son altos y difíciles de escalar y, considerando quién sois, este lugar es vuestra muerte. Si alguno de mis parientes os hallara en él…

Salta al balcón con un ruido sordo y sonríe mientras yo, nerviosa, echo un vistazo a mi alrededor.

—Con las ligeras alas de Cupido he franqueado estos muros —responde al tiempo que se acerca a mí—, pues las barreras de piedra no son capaces de detener al amor: todo lo que este puede hacer lo osa. Vuestros parientes, en tal virtud, no son obstáculo para mí.

Me acaricia la cara y seguidamente se inclina para rozar sus labios con los míos. Con suma delicadeza, pero ávido de deseo.

—Si os encuentran —le advierto sin resuello contra su boca—, acabarán con vos.

—¡Ay! —exclama al tiempo que desliza el pulgar por mi mejilla—. Vuestros ojos son para mí más peligrosos que veinte espadas suyas. Dulcificad solo vuestra mirada y estaré a prueba de su encono.

Se oye un estruendo de voces ebrias en el interior de la casa y le empujo hacia la pared, a la penumbra.

—No quisiera, por cuanto hay, que ellos os vieran aquí —susurro. Tengo las manos en su pecho, acariciándole. Él las observa, turbado.

—El manto de la noche me sustrae de su vista —dice posando su mano sobre la mía para apretarla con más firmeza sobre su corazón—. Y con tal que me améis, poco me importa que me hallen aquí. Vale más que mi vida sea víctima de su odio que el que se postergue la muerte sin vuestro amor.

Me observa con gesto desgarrado y apasionado y no me explico cómo creía estar realmente viva antes de conocerle.

Esta es la sensación que produce el amor: que ya no eres tu propio dueño; que te arrastra de lo que sabes a lo que sientes.

No me extraña que la gente viva y muera por este sentimiento.

El tiempo pasa en una nebulosa y, a lo largo de las dos horas siguientes, mi mundo se altera.



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