Maigret va a la escuela by Georges Simenon

Maigret va a la escuela by Georges Simenon

autor:Georges Simenon [Simenon, Georges]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1954-01-01T05:00:00+00:00


5. Las mentiras de Marcel

En el momento en que Maigret encendía la pipa, dio comienzo una especie de ceremonial mudo que, más que todo lo que el comisario había visto desde la víspera en Saint André, le trajo a la memoria el pueblo de su infancia. Por un instante incluso, una de sus tías, que también llevaba un delantal a cuadros azules y el pelo recogido en un moño, sustituyó a madame Sellier.

Ésta se había limitado a mirar a su marido con más fijeza, y Julien había captado el mensaje, se dirigió hacia la puerta que daba al patio y desapareció un instante. Por su parte, madame Sellier, sin esperar a que regresara, abrió el aparador, cogió dos copas de la cristalería que sólo se utilizaba cuando había visitas y las restregó con un trapo limpio.

Cuando regresó, el ferretero llevaba una botella de vino en la mano. No hacía falta que nadie hablara. Alguien llegado de muy lejos, o de otro planeta, hubiera podido pensar que aquellos gestos formaban parte de un culto. Se oyó el ruido del corcho saliendo del gollete y el gluglú del vino dorado vertiéndose en las dos copas.

Julien Sellier, una pizca intimidado, cogió una, la miró al trasluz y dijo al final:

—A su salud.

—A la suya —contestó Maigret.

Tras lo cual, el hombre se retiró a la penumbra, mientras que la mujer se acercaba a la estufa.

—Dime, Marcel —dijo el comisario regresando junto al chico, que no se había movido—, supongo que no has mentido nunca.

Si hubo un instante de vacilación, fue muy breve, y vino acompañado de una rápida mirada hacia su madre.

—Sí, señor. —Y se apresuró a añadir—: Pero siempre me he confesado.

—¿Quieres decir que luego te confesabas?

—Sí, señor.

—¿Inmediatamente después?

—Lo antes posible, porque no quería morir en pecado.

—Pero no serían mentiras importantes.

—Bastante importantes.

—¿Te importaría decirme una, por ejemplo?

—Pues una vez que me rompí el pantalón subiendo a un árbol. Cuando volví a casa, dije que me había enganchado con un clavo en el patio de Joseph.

—¿Fuiste a confesarte el mismo día?

—Al día siguiente.

—¿Y cuándo les confesaste la verdad a tus padres?

—Sólo una semana después. Otra vez, me caí en el estanque pescando ranas. Mis padres me tienen prohibido jugar junto al estanque, porque me resfrío con facilidad. Llevaba la ropa completamente mojada. Dije que me habían empujado mientras cruzaba el puente del arroyo.

—¿También esperaste una semana para decirles la verdad?

—No, sólo dos días.

—¿Lo haces con frecuencia lo de decir mentiras?

—No, señor.

—¿Cada cuánto tiempo lo haces más o menos?

El chico se lo pensó un poco, como en un examen oral.

—Ni una vez al mes.

—¿Tus amigos mienten más?

—No todos. Algunos, sí.

—¿Se confiesan luego, como tú?

—No lo sé. Seguramente lo harán.

—¿Eres amigo del hijo del maestro?

—No, señor.

—¿No juegas con él?

—Él no juega con nadie.

—¿Por qué?

—A lo mejor porque no le gusta jugar. O porque su padre es el maestro.

—¿No te cae bien monsieur Gastin?

—Es injusto.

—¿En qué es injusto?

—Me pone siempre las mejores notas, incluso cuando se las merece su hijo. No me importa ser el primero de la clase, pero sólo cuando me lo merezco.



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