Madrid me mata by Elvira Sastre

Madrid me mata by Elvira Sastre

autor:Elvira Sastre [Sastre, Elvira]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2022-02-23T00:00:00+00:00


La vida en una única escena

La primera vez que lo vi fue dando un rodeo al parque con los perros.

Acababa de mudarme al barrio y pasé por casualidad por la parte de atrás del edificio. Eran las siete o las ocho de una tarde de invierno, por lo que la oscuridad era casi absoluta. Entonces vi una luz que salía de un ventanal casi a mi altura y me asomé. Muy a lo lejos observé un grupo pequeño de personas, pero tuve que agudizar la mirada para darme cuenta de lo que hacían. Los perros, tranquilos, me esperaban. Entonces los vi: eran ancianos, algunos más sombra que cuerpo, repartidos en varias mesas redondas, cenando lo que imaginé que sería un plato de algo, quizá una sopa caliente. Parecían los últimos. La luz la aportaban dos mujeres vestidas de blanco que los asistían. La escena, vista desde mi posición, lejana pero curiosa, bien podría interpretarse como una ventana al futuro. Nunca había visto una residencia casi desde dentro y confieso que la imagen era algo amarga. Volví cabizbaja a casa pensando en cómo debe ser sentir que es el final.

La siguiente vez descubrí la entrada principal dentro del mismo parque. Era un sábado por la mañana. Los ventanales, más grandes y altos, daban a la zona recreativa donde los niños se tiraban por los toboganes bajo la atenta mirada de sus padres y de algunos canes. Justo al lado, un grupo de señores jugaba a la petanca. La misma vida en una única escena. Tras la puerta de entrada, un hombre acariciaba la mano de su mujer, en silla de ruedas. Ambos miraban hacia los columpios, pensando quizá en el pasado. Él, vestido de domingo e impoluto, le susurraba cosas a la anciana, abrigada con una manta y con los ojos en otro lugar. Parecía que ese hombre no necesitaba nada más que ese momento, breve, a su lado.

Otro día bajé al parque casi a la hora de comer. El olor que salía del edificio nos llevó a los perros y a mí a detenernos ante la puerta de la residencia, hambrientos los tres. Dentro, las mesas completas, los ancianos alegres, los trabajadores enérgicos. Sus voces se oían desde fuera y cerré los ojos, casi oliendo los platos de mi abuela. Un rato después, pude verlos haciendo lo que parecían actividades. Algunos jugaban a las cartas en distintos grupos y un puñado de mujeres se entretenía con un trabajador. Me fijé en los últimos, que se movían con energía, y descubrí que estaban bailando. No sé quién enseñaba a quién, si él a ellas o ellas a él, pero el baile de la jota era inconfundible. La alegría de sus rostros, también. Existe una felicidad especial en los sitios donde la vida se va pausando.



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