Luz de agosto by William Faulkner

Luz de agosto by William Faulkner

autor:William Faulkner
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato
editor: ePubLibre
publicado: 1932-01-01T05:00:00+00:00


12.

Así comenzó el segundo período. Fue como si Christmas hubiese caído en una alcantarilla. Le parecía contemplar otra vida cuando, al mirar el pasado, recordaba aquella primera rendición, dura, masculina, aquella rendición dura y terrible como la disgregación de un esqueleto espiritual cuyas fibras, al deshacerse, produjesen un sonido casi perceptible por el oído. Y aquello disminuía en gran medida la importancia de la capitulación. Era algo así como cuando un general, al día siguiente de la última batalla, después de haberse afeitado durante la noche y de haber quitado de sus botas el barro del combate, entrega su espada a la delegación de los vencedores.

La alcantarilla sólo corría durante la noche. Los días no habían cambiado. Salía hacia el trabajo a las seis y media de la mañana. Dejaba la cabaña sin mirar siquiera a la casa. A las seis de la tarde regresaba y tampoco miraba a la casa. Se lavaba, se cambiaba de ropa, se ponía su camisa blanca y su pantalón negro bien planchado, iba a la cocina y encontraba su cena, que le aguardaba sobre la mesa. Se sentaba y comía sin haber visto siquiera a la mujer. Pero sabía que estaba allí, en la casa, y que la proximidad de la noche en las viejas paredes destruía algo que se corrompía en la espera. Sabía lo que ella había hecho durante la jornada. Sabía que sus jornadas eran lo que habían sido siempre, como si, también en su caso, las hubiese vivido otra persona. Se la imaginaba durante todo el día, arreglando la casa, sentada durante un lapso de tiempo invariable ante el viejo escritorio descantillado, o bien hablando con las negras, escuchando a las mujeres negras que llegaban a su casa desde todos los puntos por senderos que el tiempo había trazado y que irradiaban de la casa como los radios de una rueda. Christmas no sabía lo que las mujeres negras venían a decirle, aunque las había observado cuando se acercaban a la casa con una actitud que revelaba, si no un secreto, algún propósito determinado. Por lo común entraban solas, aunque a veces lo hacían dos o tres juntas, con sus mandiles y sus pañuelos en la cabeza, algunas con una chaqueta de hombre echada sobre los hombros, y luego salían y se marchaban por los senderos radiales, sin prisa, pero sin lentitud tampoco. Christmas no pensaba mucho tiempo en aquellas mujeres, pensando Ahora ella está haciendo esto, ahora está haciendo esto otro sin pensar demasiado en ella misma. Christmas suponía que, durante el día, la mujer no pensaba en él más de lo que él pensaba en ella. Cuando, por las noches, en la habitación a oscuras, la mujer se obstinaba en contarle, con un fastidioso detallismo, hasta los más pequeños acontecimientos de su día, y cuando insistía para que él, a su vez, contase los del suyo, lo hacía a la manera de los amantes: con la imperiosa, la insaciable exigencia de expresar con palabras los detalles más insignificantes



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