Los huesos rotos by Angela Marsons

Los huesos rotos by Angela Marsons

autor:Angela Marsons [Marsons, Angela]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2017-11-03T00:00:00+00:00


Capítulo 43

—Detente aquí, Bryant —dijo Kim de improviso.

—Jefa… —la advirtió.

—¿Qué? —preguntó ella, haciéndose la inocente.

—Al parecer, estamos incómodamente cerca de un café donde a cierta persona le gusta desayunar.

—¿En serio? No me había dado cuenta —dijo, echando otro vistazo al escaparate—. Solo estoy tratando de decidir si me apetece una tostada antes de ir a charlar con Roger Barton. O sea, ¿qué posibilidades tenemos de que Kai Lord esté exactamente en el mismo lugar y a la misma hora?

—Sabes que no puedes entrar ahí y, sin ninguna prueba directa, no puedes traerlo…

—Vaaaayaaaaa, tal parece que sí tengo hambre, después de todo —dijo ella. Abrió la puerta del pasajero.

—Ay, mierda —dijo Bryant en el momento en que Kai Lord salía del café.

—Es bueno saber que la muerte de otra de sus colegas no le ha afectado el apetito —dijo Kim, que acababa de interponerse en su camino.

Con un ligero aleteo en las fosas nasales, el hombre demostró cuán jubiloso estaba de ver a la detective.

—Usted no debería estar aquí —rezongó.

Ella miró alrededor.

—Ay, venga, lo dejé terminarse en paz sus huevos fritos con beicon, ¿no? —se burló.

Él la rodeó. Kim giró y caminó a su lado.

Bryant ya estaba abriendo la puerta del conductor. Ella lo miró y negó con la cabeza. La cosa era solo entre Kai Lord y ella.

—Esto no va a lucir bien en sus valoraciones, ¿o sí? —preguntó Kim cuando le igualó el paso—. Mire que perder dos empleadas en tan pocos días. Vaya chulo de mierda que es usted, ¿eh?

—Lárguese de una puta vez —dijo, y aumentó la zancada.

Ella le siguió el paso.

—A menos que le importe un carajo, dado que es usted quien se las ha estado cargando.

Él no dijo nada. Dobló la esquina y se dirigió a un Range Rover dorado que estaba aparcado en una plaza de minusválidos.

Kim se sintió decepcionada de que no le hubieran puesto una multa. Se adelantó y se apoyó en la puerta del conductor, evitando así que el hombre tocara el tirador sin tocarla a ella primero.

—Váyase a la mierda…

—¿Qué trata de ocultar, Kai? —le preguntó con suspicacia—. No lo he acusado de ningún asesinato, pero sus acciones me hacen pensar que me he equivocado al catalogarlo como nada más que un doloroso bandido que vive del sudor y la miseria de otras personas.

—Yo no he matado…

—Sí, eso es lo que pensé. No tiene los cojones que se necesitan para matar a nadie. Puede aterrorizar a uno de su tropa para que cargue con la culpa de un homicidio culposo que a usted le quedaba como hecho a la medida; puede dar órdenes a sus secuaces para que le den una paliza a un poli, cuatro contra uno, y puede controlar a mujeres desesperadas, acobardadas y muertas de miedo, pero matar, lo que se dice matar…, ni por asomo…

—¿Está tratando de ponerme un puto cebo…?

—Solo que yo soy la única que piensa así, Kai. El resto de mi equipo cree que usted es un hijo de puta suficientemente sucio como



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