Los hombres de paja by Michael Marshall

Los hombres de paja by Michael Marshall

autor:Michael Marshall
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2002-01-01T05:00:00+00:00


16

Zandt llegó al Beverly Boulevard a las nueve de la noche. Estaba exhausto y le dolían mucho los pies. Además, estaba borracho.

A las tres de la mañana se encontraba delante del cine donde Elyse LeBlanc había sido vista por última vez. Los cines tienen un aspecto extraño a aquellas horas, igual que las tiendas y los restaurantes. De madrugada parecen lugares inexplicables, arbitrarios, arquitectónicos, como si nosotros fuéramos exploradores que se hubieran perdido todo lo que la civilización había sabido crear durante una o dos décadas. Pocas horas más tarde, vigilaba la casa en la que Annette Mattison pasó su última tarde con una amiga. Reconoció a la mujer que salió a las siete de la mañana, vestida con traje formal, camino a las catacumbas de la televisión. Zandt se había entrevistado con Gloria Neiden en más de una ocasión. Había envejecido mucho en los últimos tres años. Se preguntó si aún seguiría viéndose con Francés Mattison. Sus hijas se visitaban muy a menudo, y siempre recorrían a pie las tres cortas manzanas hasta sus respectivos hogares. Era lo acordado. Después de todo vivían en un barrio muy tranquilo, a la altura de Dale Lawns, 90210, y probablemente una de las razones por las que se pagan cantidades de siete cifras por una casa sea poder caminar bajo las estrellas después del anochecer. Zandt sospechaba que la relación entre ambas madres se había enfriado, si es que no estaba completamente muerta. Cuando Zoë Becker mencionó a Monica Williams, su voz adquirió un tono opaco, a pesar de que era bastante difícil responsabilizarla de la decisión que tomó Sarah de esperar por ahí hasta que su padre volviera a recogerla. Su pequeña comunidad había fallado. Cuando sucede algo así, uno se pregunta el porqué y busca alguien a quien culpar. La gente de intramuros está más cerca.

Zandt dio media vuelta cuando el coche de la señora Neiden pasó con un leve rumor. Era posible que ella le reconociera y seguir vigilando le habría hecho sentirse como otro hombre, el que había permanecido de pie frente a la casa, quizá en aquel mismo lugar, dos años antes.

Echó a andar. Avanzada la mañana llegó a Griffith Park, el lugar donde habían encontrado el cuerpo de Elyse. No había nada que lo indicara, si bien durante un tiempo hubo flores y todavía encontró los restos de un jarrón de vidrio. Se quedó ahí un buen rato, mirando hacia la ciudad brumosa, donde un millón de personas trabajaba, dormía y mentía, intentando medrar en aquella selva urbana.

Poco después entró en el primer bar. Y pronto en el siguiente. Entre uno y otro siguió caminando, y luego también, pero más despacio; sentía que su objetivo se le escapaba por entre los dedos. Había recorrido aquellos trayectos muchas veces. Y lo único que había sacado en claro era un dolor desgarrador. Aún oía las voces que le habían impulsado a empezar a caminar cuando Nina le dejó, los llantos de la añoranza, aunque, oscurecidos por la luz del día y la racionalidad, eran demasiado débiles para guiarlo a ningún lugar.



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