Los almendros en flor by Chris Stewart

Los almendros en flor by Chris Stewart

autor:Chris Stewart
La lengua: spa
Format: epub, mobi
publicado: 2012-03-31T16:00:00+00:00


Casa y Campo

Pasados unos años, después de que un tal Eduardo Mencos me telefoneara, me encontré reflexionando sobre la reacción que Mourad había tenido al ver nuestra finca. Mi amigo había pensado que El Valero tenía un deprimente parecido con una granja bereber, y sin embargo el director de Casa y Campo, una de las revistas españolas de decoración y jardinería más lujosas, quería ver nuestro jardín. Me pareció una idea ridícula, pero el señor Mencos no era un hombre que aceptara un no por respuesta.

—¿Le has dicho que en realidad no tenemos un jardín? —me preguntó Ana, incrédula—. ¿Y que esto no es más que la típica granja de montaña con un huerto en un bancal?

Le aseguré que se lo había dicho, pero que mi interlocutor había atribuido mis palabras a la típica modestia británica.

—¿Y has mencionado que tenemos coches abandonados en el campo, y que usamos los somieres de portones?

—Bueno, sí, es posible que se lo haya dicho. En cualquier caso, en todas las fincas tienen coches viejos y somieres —respondí, pues en realidad la conversación no había ido por esos derroteros.

—¿Y que la piscina no es más que un estanque grande lleno de ranas?

—Sí, se lo he dicho todo, pero ha leído no sé qué artículo sobre nosotros y está empeñado en venir a ver la finca con sus propios ojos. Pero no traerá a ningún fotógrafo... Solamente viene a... bueno, a conocernos y echar un vistazo.

Ana refunfuñó. Casa y Campo está especializada en detalles arquitectónicos y fotografías de viviendas súper elegantes, de esas que tienen arriates impecables, setos bien podados, senderos de gravilla, caprichos zen y cosas por el estilo.

—Será una pérdida de tiempo para todos, ya lo verás. El Valero no es el típico sitio que sale en Casa y Campo. Y tampoco creo que me gustase que lo fuera.

Tenía razón, por supuesto, pero me pareció descortés cancelar la visita a esas alturas. Quizá podríamos hacer algunas mejoras. Evalué fríamente los alrededores desde el porche, a las puertas de la cocina.

—A lo mejor podríamos quitar de en medio el Natillas —sugerí.

Ana se puso a mi lado, y los dos contemplamos la carcasa amarilla y oxidada de nuestro viejo Renault 4, que habíamos abandonado delante de los peldaños del porche. Las avispas entraban y salían por el agujero que antaño había sido el techo corredizo; por alguna razón, las avispas encuentran irresistible la hojalata amarillo intenso.

—Bueno, al menos la Guardia Civil se pondrá contenta —admitió de mala gana.

Es una tontería ponerse sentimental con los coches, en especial cuando no son más que una carcasa vieja y oxidada, pero la verdad es que no puedo evitar encariñarme con ellos. En mi jerarquía personal de objetos inanimados están por encima de las guitarras, los bastones, alguna que otra cazuela y mi favorito sacacorchos de madera de cerezo... Ahora que lo pienso, suspiro por un montón de objetos, pero los coches son mis preferidos con diferencia.

Natillas fue nuestro primer coche cuando nos instalamos en España: un Renault 4 amarillo canario, o Cuatro Latas, como lo llaman aquí.



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