Lo que aprendemos de los gatos by Paloma Díaz-Mas

Lo que aprendemos de los gatos by Paloma Díaz-Mas

autor:Paloma Díaz-Mas [Díaz-Mas, Paloma]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Hogar, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2013-12-31T16:00:00+00:00


Dos gatos

Arrancados bruscamente de su hábitat y arrojados en un territorio desconocido, tal vez hostil, los gatos comprendieron que tenían que salir de su encierro para buscar un rápido refugio.

En el lugar anterior, el que conocían y dominaban, habían empleado meses para establecer los hitos de su territorio: pasando el lomo por todas partes, habían ido dejando restos de grasa y pelos de su piel; habían escarbado en los lugares blandos para mullirlos y hacerse una cama que enseguida quedaba gratamente impregnada del sudor de sus pulpejos. Tenían, también, un lugar donde hacer sus necesidades limpiamente, donde enterraban las deyecciones que, no obstante, les enviaban continuas referencias del olor de sus glándulas anales: aquel era su sitio y de nadie más, aunque generosamente toleraban la presencia de otros seres vivos en el mismo territorio, solo con la condición de que no les usurpasen el terreno ni las presas.

Aquí, en cambio, nada olía a ellos, nada tenía sus marcas; no había ni una señal de la grasa de su piel, ni un olor familiar, ni en ninguna parte se podían encontrar un pelo que les sirviese de referencia. Estaban en mitad de ninguna parte.

Pero tampoco podían quedarse ahí, encerrados, expuestos a cualquier ataque desde el exterior o, simplemente, a que la cárcel se cerrase de nuevo, como ya había sucedido antes, privándoles definitivamente de su libertad. Había que salir.

Lo hicieron con rapidez y sigilo, esperando que no se diese cuenta nadie. Las patas muy cortas, el cuello largo y las orejas alerta, casi reptando, con un movimiento rápido —más parecido al deslizarse o al discurrir del agua derramada—, se separaron en distintas direcciones para, haciendo un trayecto corto y veloz, refugiarse cada uno en un lugar que parecía seguro y discreto. Nadie podía verles allí.

Estuvieron casi un día inmóviles, acechando cada ruido. En el exterior, grandes predadores se movían de un lado a otro. Buscaban, sin duda, alguna presa para poder comer. Los gatos escuchaban sus pisadas, sentían sus movimientos sin verlos, atisbaban desde su escondrijo las sombras de los animales enormes, los oían revolver en búsquedas infructuosas; incluso los oyeron comer. Pero las guaridas resultaban seguras, con huras demasiado pequeñas como para que se introdujese en ellas ninguno de los predadores, y su interior de madera era abrigado y cómodo y guardaba un calor agradable. Sabían que podían aguantar bastante tiempo sin comer ni beber si se mantenían así, inmóviles, reservando energías; por tanto, procuraron relajarse y adormecerse un poco, sin perder, no obstante, esa cualidad del gato que le permite estar dormido y alerta a un tiempo: los ojos semicerrados, las orejas enhiestas, prestas para captar cualquier sonido. Era cuestión de no moverse ni hacer ningún ruido.

Anocheció y los grandes predadores se retiraron a dormir. Los gatos, cuando estuvieron seguros de que los predadores dormían —una cosa que supieron porque de la guarida salían unos sonidos que solo hacen los grandes animales cuando duermen—, se atrevieron a asomarse tímidamente y, con pasos aterciopelados, mudos, buscaron comida y agua y aprovecharon para reconocer un poco aquella tierra incógnita.



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