Las tres estaciones by Martin Cruz Smith

Las tres estaciones by Martin Cruz Smith

autor:Martin Cruz Smith [Smith, Martin Cruz]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2010-01-01T05:00:00+00:00


15

A las cinco de la mañana, mientras los más recalcitrantes se quedaban al último baile, el último brindis, la última risa de la noche, Arkady salió del club Nijinsky y se encontró con la ciudad camino a una tormenta eléctrica. Ráfagas de viento agitaban la basura en la calle y gruesas gotas de lluvia repiqueteaban en los techos de coches y parabrisas.

Arkady había aparcado a varias manzanas para no entregar el Lada y ser blanco de las burlas de los aparcacoches. Víktor tenía ollas y cacerolas dentro del coche para cuando llovía.

Un hombre y una mujer pasaron rozándole para adelantarse a la tormenta. Otra pareja pasó corriendo, con la mujer descalza para salvar los zapatos de tacón alto que llevaba en la mano. Unas pisadas se sincronizaron con las suyas y se encontró con Dima a su lado. La Glock colgaba a la vista en el hombro del guardaespaldas.

Mientras Dima cacheaba a Arkady, se acercó un Mercedes S550 limusina. Sasha Vaksberg bajó una ventanilla lateral y rogó a Arkady unos minutos más de su tiempo.

Arkady se sintió halagado, pero esta vez lamentó no llevar pistola.

Vaksberg y Ania compartían el asiento trasero con una bolsa de deporte roja y blanca del Spartak. Arkady y Dima ocuparon los asientos orientados hacia atrás en una disposición de conferencia. Cuando el coche arrancó, Arkady notó el peso extra y la rigidez del blindaje, el cristal antibalas y los neumáticos antipinchazo. El chófer debía de haber pulsado un botón porque las puertas se bloquearon silenciosamente.

—¿Puedes poner un poco de calefacción aquí atrás, Slava? Nuestro amigo está un poco mojado por la lluvia. —Vaksberg se volvió hacia Arkady—. Así pues, ¿qué opina de nuestro club Nijinsky?

—Inolvidable.

—¿Y las mujeres? —preguntó—. ¿Le han parecido lo bastante altas y hermosas?

—Como amazonas —dijo Arkady.

—No es por casualidad —dijo Ania—. Las chicas llegan en manada a Moscú con ambiciones románticas de ser modelos o bailarinas y Moscú las convierte en escorts y putas. Las depilamos y les hinchamos los pechos como globos. En resumen, las convertimos en monstruos de la belleza.

—¿Adónde vamos? —preguntó Arkady.

—Es una pregunta excelente —dijo Vaksberg—. Podríamos ir a mi casino en el Arbat. No, está cerrado. O al casino de Tres Estaciones. No, también está cerrado. De hecho, todos mis casinos están cerrados. Ingresaba un millón de dólares al día. Ahora, gracias a nuestro maestro de judo del Kremlin, sólo pago alquileres.

Arkady reparó en la forma en que Vaksberg evitó pronunciar el nombre de Putin.

—¿Sólo le quedan los últimos quinientos millones?

—No tiene mucha compasión.

—No mucha. ¿Entonces sólo vamos a circular?

—Y a charlar. ¿Es cierto, Ania?

—Eso espero.

La lluvia martilleaba en el techo. De espaldas al sentido de circulación, mirando a través de la densa lluvia y los cristales tintados, Arkady perdió la pista de dónde estaba.

—Puedo ser muchas cosas —dijo Vaksberg—, pero no soy hipócrita. Cuando la querida Unión Soviética se rompió, gané mucho dinero. Era como montar un nuevo rompecabezas gigante con las piezas viejas. Desde luego que nos aprovechamos donde pudimos. ¿Qué gran fortuna no lo hace al principio? Los Médicis, los Rothschild, los Rockefeller.



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