Las tragedias grotescas by Pío Baroja

Las tragedias grotescas by Pío Baroja

autor:Pío Baroja [Baroja, Pío]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1907-01-01T05:00:00+00:00


Después de unas cuantas coplas comenzó el rasguear atropellado de la guitarra; las dos madrileñas, Forinaya y al último don Fausto, comenzaron a palmotear rítmicamente.

—Así, así —murmuraba Miguelito—. Basta. Ahora tú —dijo a su hija.

La muchacha se levantó, se colocó las castañuelas adornadas con cintas, arqueó los brazos y comenzó a bailar. A las primeras figuras el público se entusiasmó. Aquello era como un huracán de bravos, gritos, patadas, y los movimientos lascivos de la bailadora arrancaban un rugido a la concurrencia.

—¡Olé! ¡Olé! —decían españoles y sudamericanos entusiasmados.

—¡Vaya cardo! —añadía el señor obispo de Cogolludo.

Orelio I decía que importaría aquel baile a su país y lo declararía baile nacional.

Madame Mathis llamó al hombre de la librea roja, y este llegó con las bandejas llenas de pasteles y botellas con vinos generosos.

Bebió y comió todo el mundo, y pidieron a Miguelito que siguiera tocando. Comenzaba el hombre un pasodoble compuesto por él, cuando se oyó un campanillazo formidable. El criado de la librea roja avisó presuroso a madame Mathis que el portero venía a quejarse de parte de los vecinos.

—¿Quiere usted hacerme el favor de ir a ver lo que quiere ese bruto? —dijo la señora a Forinaya.

—Voy.

Forinaya salió del salón y se encontró con el portero, jadeante y furioso.

—¡Es un escándalo! —gritaba—. ¡Toda la vecindad está indignada con semejante alboroto!

—¡Chut! Calle usted —le dijo Forinaya.

—¡Cómo que calle! ¡No callaré! ¡Esto es un charivari!

—¡Chut! ¿No ve usted que es una fiesta española?

—No me importa nada. Que dejen de tocar.

—Pero ¿no ve usted que están tocando el aire árabe? Un momento de silencio… En España esto se toca de noche… ¡Si viera usted…! ¿Usted conoce el país donde florece el naranjo?

—No, señor —gritó el portero—; no conozco ese país, no. Además, aquí no estamos en España, sino en París.

—¡Pero si es el aire árabe!

—Ya le he dicho a usted que no me importa nada.

—¡Si usted pudiera comprender la poesía que tiene el aire árabe… en España… al anochecer… cuando se respira el aroma de la flor del naranjo!

—Si; pero aquí no estamos en España —chilló el portero—, sino en París; aquí no hay naranjos ni tampoco Inquisición.

—Mire usted, señor conserje —dijo Forinaya—, eso que ha dicho usted me ha convencido; porque yo aquí, en el seno de la amistad, le diré a usted que tampoco soy partidario de la Inquisición. Vamos a beber unas copas. Deje usted que terminen de tocar el aire árabe y luego callarán.

Se avino el portero refunfuñando, y Forinaya llamó al criado de la librea roja y le mandó que le trajese una botella, luego entró en el salón y acercándose a don Fausto le dijo:

—Es hora de huir; siento en el ambiente que alguien va a proponer una partidita de bacará, y estamos entre tahúres. ¡Marchen!

Se levantaron los dos, y a pesar de las protestas de madame Mathis salieron del salón.

En el vestíbulo, el criado de la librea roja y el portero trincaban mano a mano.

—¡Solo el aire árabe! —le dijo el portero ya amansado a Forinaya, levantando la copa.



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