La venganza viste de Prada by Lauren Weisberger

La venganza viste de Prada by Lauren Weisberger

autor:Lauren Weisberger [Weisberger, Lauren]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2013-06-04T04:00:00+00:00


14

Miranda Priestly casi te llama bonita

Andy se echó a reír cuando a Emily se le pusieron los nudillos blancos de tanto apretar los brazos de la butaca y se sentó muy despacio en el asiento de primera fila, a pie de pista. Su amiga la fulminó con la mirada.

—No sé de qué te ríes. Al menos, yo sólo estoy convaleciente, no enorme.

Ella se contempló la barriga, muy redonda y más que obvia a los cinco meses de embarazo, y asintió.

—Sí, estoy enorme —sonrió.

—Estos asientos son rollo Jay-Z —dijo Emily, echando un vistazo a su alrededor.

Max y Miles estaban sentados a pie de pista, en el banco de los reservas, contemplando encandilados a los jugadores que hacían ejercicios de calentamiento. Volvían la cabeza de un lado a otro cada vez que uno de aquellos grandullones de dos metros y pico corría, lanzaba, driblaba o hacía un mate.

—De vez en cuando, Miles se presenta con algo bueno.

—Ojalá me interesaran un poco los Knicks o el baloncesto en general —dijo Andy, acariciándose la barriga—. Tengo la sensación de que no lo apreciamos de verdad.

A su espalda, la multitud rugió cuando Carmelo Anthony salió a la pista para empezar los ejercicios de calentamiento.

—Por favor —replicó Emily con un gesto de impaciencia—. Yo he venido para disfrutar de la experiencia de sentarme en primera fila con los vips, y tú has venido por la comida. Mientras lo tengamos claro, todo irá bien.

Andy se metió en la boca un tenedor colmado de macarrones con queso y trufas.

—Deberías probar esto…

Emily palideció.

—¿Qué? —dijo Andy—. El médico ha dicho que tengo que ganar unos doce kilos…

—Pero ¿eso durante todo el embarazo, o sólo durante la mitad? —inquirió su amiga mientras contemplaba asqueada el plato lleno hasta arriba que sostenía—. Vamos, que no soy ninguna experta en embarazos, pero si sigues así te vas a convertir en la nueva Jessica Simpson.

Andy sonrió. Era verdad que se había pasado un poco con las magdalenas o las pizzas ahora que las náuseas habían desaparecido. Y no era sólo la barriga lo que parecía más grande: tenía tanto la cara como el trasero más redondos y rellenitos, pero sabía que tampoco era nada exagerado. Sólo cuando hablaba con Emily, quien seguía refiriéndose a las embarazadas como «gordas» o «auténticas glotonas», pensaba en esa cuestión. Andy había llegado a la conclusión, últimamente, de que uno de los pocos placeres que le quedaban era la comida y que nadie, al ver a una embarazada, se fijaba en si estaba inmensa o no, si era gorda o flaca, ni siquiera si era alta o baja: sólo veían a una embarazada.

Los chicos se volvieron y las saludaron con la mano. Emily hizo un gesto de dolor al devolver el saludo y se tocó el abdomen.

—Joder, cómo duele. ¡Y no hay manera de que me den analgésicos decentes! Por culpa de cuatro desgraciados que se engancharon a la oxicodona, ahora los demás nos tenemos que pasar la vida tomando ibuprofeno.

—Ya te dije que era una locura salir esta



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