La otra vida del Capitán Contreras by Torcuato Luca de Tena

La otra vida del Capitán Contreras by Torcuato Luca de Tena

autor:Torcuato Luca de Tena [Luca de Tena, Torcuato]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1953-07-01T00:00:00+00:00


Cuando Paca hubo concluido, Contreras movió la cabeza con desaprobación, pero no se atrevió a replicar.

—Es una ciudad epiléptica que permanece en pleno ataque de epilepsia —dijo Paca, retirándose de la balaustrada y entrando en el salón—. ¡Y este es el corazón del mundo! ¡De nuestro mundo, capitán Contreras!

Contreras la siguió. Estaba desolado. Se sentía en cierto modo culpable de que a Paca la disgustara su mundo. La terraza tenía la culpa. El maître tenía la culpa. Y los vinos también. En sus días, cuando se pretendía galantear a una mujer, no se precisaba la artificial colaboración de los licores. Y él había invitado a Paca para galantearla, no para hablar con ella de filosofías.

—¡Adiós, Contreras! —dijo Paca, extendiendo su mano para despedirse—. Ya es tarde.

Contreras sintió derrumbarse el suelo bajo sus pies. Al igual que con Dorita Rivas la tarde de la cacería de águilas se veía ahora desconcertado, burlado. Alguien había hecho trampa. Era evidente, con evidencia de luz natural —como él decía—, que si Paca había aceptado aquella invitación en su departamento, que era tanto como decir su casa, no era para cenar y marcharse tras definir Nueva York como una ciudad epiléptica. Contreras tomó la mano que le ofrecían y la retuvo.

—No, no te vas.

Ella no hizo ademán alguno por retirar su mano, pero le miró con tal frialdad en los ojos que Contreras, tras dudar, la soltó.

—¿No? —dijo ella tan sólo. Y después, dulcificándola—: Adiós, Contreras: mañana nos volveremos a ver. ¿No es mañana la cena en honor del doctor Yuste? Yo estoy invitada. —Sonrió y traspuso la puerta, entornándola… No la había aún cerrado cuando un estrépito tremendo se oyó en la habitación. Contreras había cogido el jarrón de Dulton y lo había hecho añicos contra el suelo. Paca volvió a entrar y cerró tras sí la puerta.

—Pero ¡estás loco! ¿Qué niñerías son éstas? —le dijo, acercándose a él y sacudiéndole los brazos.

(En circunstancias parecidas, a mí me cogió por la solapa y me lanzó al suelo de un empellón.) A Paca la abrazó con fuerza y la besó en la boca largamente.

Paca no hizo ningún forcejeo inútil de resistencia. Cuando Contreras la dejó en libertad se apartó un poco, hizo un gesto con la cabeza, como echando hacia atrás un rizo del pelo (o un pensamiento que la estorbara) y, tomando a Contreras de la mano, lo llevó al sofá próximo al bar y se sentó junto a él.

—No tienes ningún sentido común, capitán Contreras. Cállate, cállate ahora y escúchame, cosa que todavía no has hecho nunca. Escúchame, aunque creo que hoy no nos vamos a entender.

Paca Revilla estaba demasiado interesada por Alonso de Contreras para cometer cualquier ligereza que rompiera el encanto que se desprendía de su amistad con él. Ella sabía muy bien que el amor es un dios caprichoso y cruel que exigía, como los ídolos de los aztecas, corazones sangrantes en su holocausto, y no estaba dispuesta, ¡ahora de vuelta de tantas cosas!, a ofrecerse como sacerdotisa y víctima de un nuevo dios.



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