La novela en el tranvia by Benito Pérez Galdós

La novela en el tranvia by Benito Pérez Galdós

autor:Benito Pérez Galdós
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fantástico, Humor
publicado: 1871-01-01T00:00:00+00:00


—¡Cómo nos aburrimos! Usted, Rafael, no dice una palabra. Antonia, toca algo. Hace tanto tiempo que no te oimos. Mira… aquella pieza de Gorstchack que se titula Morte… La tocabas admirablemente. Vamos, ponte al piano.

La Condesa quiso hablar; érale imposible articular palabra. El Conde la miró de tal modo, que la infeliz cedió ante la terrible expresión de sus ojos, como la paloma fascinada por el boa constrictor. Se levantó dirigiéndose al piano, y ya allí, el marido debió decirle algo que la aterró más, acabando de ponerla bajo su infernal dominio. Sonó el piano, heridas á la vez multitud de cuerdas, y corriendo de las graves á las agudas, las manos de la dama despertaron en un segundo los centenares de sonidos que dormían mudos en el fondo de la caja. Al principio era la música una confusa reunión de sones que aturdía en vez de agradar; pero luego serenóse aquella tempestad, y un canto fúnebre y temeroso como el Dies iræ surgió de tal desorden. Yo creía escuchar el son triste de un coro de cartujos, acompañado con el bronco mugido de los fagots. Sentíanse después ayes lastimeros como nos figuramos han de ser los que exhalan las ánimas, condenadas en el purgatorio á pedir incesantemente un perdón que ha de llegar muy tarde.

Volvían luego los arpegios prolongados y ruidosos, y las notas se encabritaban unas sobre otras como disputándose cuál ha de llegar primero. Se hacían y deshacían los acordes, como se forma y desbarata la espuma de las olas. La armonía fluctuaba y hervía en una marejada sin fin, alejándose hasta perderse, y volviendo más fuerte en grandes y atropellados remolinos.

Yo continuaba extasiado oyendo la música imponente y magestuosa; no podía ver el semblante de la condesa, sentada de espaldas á mí; pero me la figuraba en tal estado de aturdimiento y pavor, que llegué á pensar que el piano se tocaba solo.

El jóven estaba detrás de ella, el conde á su derecha, apoyado en el piano. De vez en cuando levantaba ella la vista para mirarle; pero debía encontrar expresión muy horrenda en los ojos de su consorte, porque tornaba á bajar los suyos y seguía tocando. De repente el piano cesó de sonar y la Condesa dió un grito.

En aquel instante sentí un fortísimo golpe en un hombro, me sacudí violentamente y desperté.



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