La nariz (ilustrado) by Nikolái Gógol

La nariz (ilustrado) by Nikolái Gógol

autor:Nikolái Gógol
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Sátira
publicado: 1836-01-01T00:00:00+00:00


—¡Sí, es ella! —exclamó Kovalev—. ¡Es mía, en efecto! ¿No quiere usted tomar una taza de té conmigo?

—Sería un honor para mí; pero, desgraciadamente, me es imposible. Debo irme enseguida al presidio… Desde hace pocos días los precios de los comestibles están por las nubes… Tengo en casa a mi suegra, que es la madre de mi esposa, y a mis hijos, que me esperan… Especialmente el mayor, es un joven que promete mucho; de veras, es un muchacho muy inteligente, pero yo carezco de recursos para darle una educación adecuada…

Después de haberse retirado el comisario, el asesor de colegio estuvo durante algunos minutos en un estado de ánimo indescriptible, y sólo al cabo de unos momentos recobró el sentido y las facultades anímicas perdidos a causa de la repentina alegría. Al fin, tomó la nariz cuidadosamente en el hueco formado con ambas manos y volvió a mirarla con mucha atención.

—¡Sí, es la misma! ¡Es ésta, sin ninguna duda! —dijo el mayor Kovalev—. Aquí, del lado izquierdo, está el granillo de ayer… —El mayor tenía ganas de gritar de alegría.

Pero no hay en este mundo cosa que dure mucho tiempo; de ahí que la alegría ya no sea tan viva después de pasado el primer momento; un rato después, ella es todavía más débil, para volver imperceptiblemente a la uniformidad habitual, como el círculo producido en el agua por la caída de una piedra y que luego se va deshaciendo en la tersa superficie. Kovalev comenzó a reflexionar sobre lo sucedido y comprendió que con ello el asunto no había llegado aún a su término. La nariz había sido hallada; pero ahora tenía que volver a ponerla y fijarla en su lugar.

«Pero ¿qué haré si no queda pegada?»

Esta pregunta que se dirigió el mayor, le hizo palidecer.

Presa de miedo inexplicable, fue corriendo hacia la mesa y acercó el espejo para no colocarse la nariz oblicuamente. Le temblaban las manos. Con mucha atención y cuidado volvió a ponerla en su lugar. Pero ¡que espanto! La nariz no quedó adherida… Se la acercó a la boca, la calentó un poco con el aliento y la apretó de nuevo contra la superficie plana que había entre una y otra mejilla. ¡La nariz no quedaba pegada!

—¡Quédate fija, pedazo de animal! —le dijo. Pero la nariz parecía de madera: cayó en la mesa como un pedazo de corcho, produciendo un sonido extraño. La cara de Kovalev se contrajo convulsivamente.

«¿Será posible que no se adhiera?», se preguntó aterrado.

Pero por muchas veces que la pegara al lugar que le correspondía…, todos sus esfuerzos fueron y siguieron siendo estériles.



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