La joven de las naranjas by Jostein Gaarder

La joven de las naranjas by Jostein Gaarder

autor:Jostein Gaarder [Gaarder, Jostein]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Autoayuda
editor: ePubLibre
publicado: 2003-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo 4

«No entiendo nada», digo.

Me aprieta cariñosamente las manos. «¿Qué es lo que no entiendes, Jan Olav?», se limita a decir, lo susurra, lo sopla.

«Las reglas», digo. «No entiendo las reglas».

Y con ello se inició una larga conversación.

¡Georg! No necesito reproducir todas las palabras que nos dijimos aquella tarde y noche. Tampoco sería capaz de recordarlo todo. Además, sé que ahora tienes un montón de preguntas a las que deseas obtener respuesta cuanto antes, supongo.

Entre las primeras cosas que quise que me explicara estaba el cómo sabía mi nombre y dónde vivían mis padres. Tenía que ver con esa postal de Sevilla, y en realidad era lo último que había ocurrido. Me quedé mirándola con cara interrogante, y ella contestó con voz dulce: «Jan Olav… ¿de veras no te acuerdas de mí?».

La miré. Intenté mirarla como si fuera la primera vez que la veía. No sólo miré sus ojos marrones y no sólo estudié su dulce rostro. También contemplé sus hombros desnudos, ella me dejaba, y su vestido ligero. Pero no me resultaba nada fácil recordarla en un contexto distinto a aquellas veces que nos habíamos encontrado cerca de Navidad. Si conocía de antes a la Joven de las Naranjas, me resultaba imposible recordarlo, porque en ese momento era incapaz de concentrarme en nada más que en el hecho de que era indescriptiblemente hermosa. Dios la había creado, pensé, o tal vez fuera Pigmalión, el héroe griego que esculpió en mármol a la mujer de sus sueños. Luego, la diosa del amor se apiadó de él y convirtió la estatua en mujer. La última vez que había visto a la Joven de las Naranjas llevaba un abrigo negro de invierno. Ahora iba vestida tan ligeramente que me dio vergüenza, era como si me acercara demasiado a ella. Y sin embargo, era incapaz de reconocerla, o tal vez precisamente por eso.

«Intenta recordarme», repitió ella. «Me encantaría que lo lograras».

«¿Puedes darme alguna pista?», pregunté.

Ella contestó: «¡Humleveien, tonto!».

Humleveien. Me había criado en Humleveien. Había vivido toda mi vida en Humleveien. En el barrio de Adamstuen sólo llevaba viviendo medio año.

«¡Irisveien!», dijo ella.

Era del mismo barrio. Humleveien sale de Irisveien.

«¡Kløverveien!»

También esa calle estaba en mi barrio. Cuando era pequeño jugaba a veces en un gran descampado entre los chalés de Kløverveien. Era como una enorme colina con matorrales y árboles. Creo que también había un recinto con arena para que jugasen los niños, y un columpio. Hacía unos años habían puesto bancos.

Volví a mirar a la Joven de las Naranjas y una sacudida recorrió mi cuerpo, más o menos como uno debe de sentirse cuando se despierta de una profunda hipnosis. Le apreté con fuerza las manos. Estaba a punto de echarme a llorar. Por fin exclamé: «¡Verónica!».

Sonrió. Pero me pregunto si no se secaba también una lágrima del rabillo del ojo.

La miré a los ojos, y a partir de entonces mi mirada ya no vacilaba. Nada podía ya mantenerme lejos, y dejé a un lado todas mis inhibiciones. De repente me atreví a desnudarme ante ella.



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