La huella de un beso by Daniel Glattauer

La huella de un beso by Daniel Glattauer

autor:Daniel Glattauer
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Humor, romántico
ISBN: 9788466324809
editor: Punto de Lectura
publicado: 2011-04-16T04:00:00+00:00


14 de diciembre

Si de algo sabía Kurt, era de juegos; al menos eso pensaba Katrin. Así es que como regalo le llevó un juguete de goma con forma de bocadillo que sonaba cuando lo mordían. Emitía una especie de relincho que pretendía indicar que la carne del fiambre era de caballo.

A Max estuvo a punto de llevarle una instantánea con una chica desnuda dedicada personalmente: «Para que aumente tu creatividad y tu rendimiento en el trabajo». Pero pensó que era demasiado pronto para esas cosas. Últimamente se sentía tan desesperada que estaba magnificando la situación; no era más que una simple invitación para desayunar. No había motivo para exagerar ni para tanta alegría. Y quizás Max tenía realmente un problema. Así es que prefirió llevarle una bolsa de pipas de calabaza con sabor a vainilla.

Fuera estaban cayendo unos copos enormes. Cuando era pequeña, Katrin se pasaba horas enteras apoyada en la ventana, mirando fijamente, inquieta, el haz de luz que proyectaba la farola. Y si se despertaba en mitad de la noche, o si no podía dormirse de la emoción, comprobaba si todavía se veía un círculo centelleante alrededor de la luz y si dentro de él la nevada arreciaba o si disminuía su intensidad.

Con el paso de los años el valor simbólico de los copos cayendo se había desplazado al rincón de los sentimientos negativos. Katrin había desenmascarado a la nieve. Era engañosa; aparecía envuelta en un halo de romanticismo pero, en el mismo momento en que llegaba al suelo, se mostraba superflua e innecesaria. El tiempo en el que Katrin deseaba que desapareciera la nieve era ya mucho mayor que los periodos en los que la anhelaba. Año tras año los intervalos se habían ido haciendo cada vez más largos.

En el parque Esterhazy, de camino a casa de Max y Kurt, se reconcilió con el invierno durante unos minutos. Se retiró la capucha, dejó que la cabeza se le cubriera de blanco y que el viento le clavara la nieve en el rostro. Cerró los ojos y se sintió joven. Muy joven. Tenía la impresión de que se había quedado en la infancia.

Kurt estaba tumbado debajo de su sillón y dormía. Cuando entró Katrin no se despertó. Cuando ella se acercó y le hizo sonar al oído el bocadillo de fiambre de goma, tampoco. El piso era cálido y luminoso. Allí resultaba imposible ponerse melancólico, pensó Katrin. No había un equipamiento ni una decoración concreta. El resultado era fruto de la casualidad, provocada por la conjunción de muebles bonitos colocados junto a otros espantosos. Piezas sueltas puestas en manos del destino a ver qué pasaba; pero estaba muy bien. No se podía decir que no tuviera estilo; más bien todo lo contrario: tenía demasiados estilos a la vez. El mobiliario reflejaba el estado de ánimo del comprador en cada una de las adquisiciones. Un día le interesaba especialmente el precio y compraba algo barato, otro se inclinaba por la practicidad, después buscaba algo de color, luego una pieza



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