La carne by Rosa Montero

La carne by Rosa Montero

autor:Rosa Montero [Montero, Rosa]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2016-01-01T05:00:00+00:00


Claro que las mujeres desesperadamente enamoradas, es decir, enamoradas sin ninguna esperanza de ser correspondidas, hacían otras cosas aparte de enloquecer, como Dolores, o borrarse y convertirse en esclavas del amado, como Lejárraga, se dijo Soledad. En su novela El diario de Edith, Patricia Highsmith, esa gran conocedora de los demonios del amor, decía que, en el paroxismo del dolor pasional, los hombres mataban y las mujeres se suicidaban. Pero no, no siempre era así.

¡Las mujeres también matamos!, exclamó Soledad en una voz tan alta que rozaba el grito.

Lo cual no importó nada porque estaba sola y en su casa, y porque los vecinos ya debían de estar curados de espanto a fuerza de escuchar sus soliloquios extemporáneos.

En efecto, las mujeres también mataban por amor. Ahí estaba, por ejemplo, el caso de esas dos escritoras chilenas: las dos eran de buena familia, las dos se llevaban muy pocos años, las dos acribillaron a sus amantes y lo hicieron, casualmente, en el mismo hotel de Santiago de Chile, el Crillón. Tanta coincidencia le parecía a Soledad algo maravilloso, una de las disparatadas carambolas con las que de cuando en cuando se entretenía esa jugadora cruel que era la vida. Por supuesto, quería incluir a las dos en la exposición, aunque todavía no sabía si fundir sus historias en una sola.

La primera escritora homicida era María Luisa Bombal. Nacida en 1910, a los veintiún años se hizo amante de Eulogio Sánchez, un piloto y playboy mayor que ella y, para colmo, casado. Así que María Luisa vivió las penurias de la clandestinidad y un día se intentó suicidar. Lo hizo tan mal que sólo se pegó un tiro en el hombro; o quizá fuera eso lo que buscaba, nada más que un poco de ruido, de sangre y de dolor para conmover el corazón de piedra de su amante. Si ésa era la estrategia, tampoco funcionó. Desolada, se marchó a Buenos Aires y allí empezó a escribir. Se enamoró de un nuevo hombre, que también la dejó para casarse con otra, y María Luisa no pudo soportarlo. Regresó a Santiago de Chile herida y furiosa y, cuando leyó en el periódico que su antiguo amante, Eulogio Sánchez, volvía de Estados Unidos con su esposa, toda su rabia se concentró sobre él como el vórtice de un tornado. Indagó su dirección, su teléfono, el lugar en donde trabajaba, sus costumbres. Un día consiguió localizarlo en el hotel Crillón; se puso detrás de él, sacó una pistola del bolso y le disparó tres tiros por la espalda. Por fortuna, ninguno fue mortal. Sucedió en 1941 y Bombal tenía treinta y un años. Fue detenida, pasó diez semanas en prisión y unos meses en un psiquiátrico. Increíblemente, el juez la absolvió, tras decidir que había cometido el delito «privada de la razón y del control de sus acciones». Ayudó que la víctima se hiciera el caballero (¿sentido de culpabilidad, compasión, miedo?) y no presentara cargos.

Peor fue el caso de María Carolina Geel, nacida en 1913 y autora de novelas eróticas.



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