La albariza de los juncos by Alfonso Ussia

La albariza de los juncos by Alfonso Ussia

autor:Alfonso Ussia
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Humor
ISBN: 9788440685483
publicado: 1999-05-01T04:00:00+00:00


El forúnculo

E1 sol brillaba con ganas aquella mañana. Me vestí con ilusión de campo. La vieja chaqueta de tweed verde y los knickers de espiguilla que me hice en Londres para cazar en El Esparragal, la finquita que por aquí cerca tienen los Oriol. En el comedor no estaba Mamá, tan puntual y precisa en su hábitos. «La señora marquesa viuda se encuentra algo débil y ha ordenado que se le lleve el desayuno a la cama», me informó Tomás, uno de los mayordomos de toda la vida.

Sin apenas regodearme en el café con leche y el cruasán con mantequilla, me dirigí al cuarto de Mamá para interesarme por ella. Estaba acostada, tumbada de lado, apoyada en el costado izquierdo. Besé su frente con devoto cariño y me interesé por su malestar. Como una flor de granado se tiñó su rostro cuando le pregunté la razón de su permanencia en cama.

—Me ha salido un forúnculo en el trasero que me duele una barbaridad.

Al verme ahí de pie, lejano a cualquier decisión, se mostró más explícita:

—Un forúnculo, hijo mío, es un grano supurado que se forma en el pompis, y que al menor roce, presión o contacto, hace ver las estrellas.

—Si quieres, llamamos al médico —le dije para tranquilizarla.

—Quiero y no quiero —me respondió.

Una respuesta así deja muy estrecho margen de maniobra al responsable máximo de la salud de una madre, y cuando le hice ver mi difícil situación, Mamá me invitó a tomar asiento junto a su cama.

—Quiero que venga el médico porque estoy muy molesta. Quiero que venga el médico porque me recetaría una pomada para aliviarme el dolor y adelantar el ciclo de crecimiento del forúnculo. Quiero que venga el médico porque, en el último caso, me lo sajaría para sacarme toda la porquería infectada que tiene dentro. Y no quiero que venga el médico porque, lógicamente, para curarme un forúnculo en el pompis tiene que verme el pompis, y a mí el pompis no me lo ve nadie si no es en presencia de tu padre, que Dios lo tenga en su Gloria. Y como tu padre no puede venir para estar presente mientras el médico me ve el pompis, no quiero que venga el médico. ¿Has entendido por qué quiero y no quiero?

Aquella postura firme y decente ante el dolor me estremeció. De niño había leído la novela Miguel Strogoff, el correo del Zar, y sentí algo parecido cuando un malvado tártaro le quemaba los ojos con un sable ardiente y Miguel aguantaba la canallada sin decir ni pío. Después se sabe que Miguel se acordó de su madre en aquel momento, y que las lágrimas le salvaron la vista. Comprendí que Mamá, en la situación que narro, era como Miguel Strogoff, y respeté su actitud. Tan heroica, tan bizarra, tan limpia.

No pude comer. Me pasé todo el día pendiente de los dolores de Mamá. Todo el día, y el siguiente, y uno más, y otro… Cinco días de angustia y vela, de preocupación constante, de lucha contra la infección de un grano y el dolor de una madre única en su género.



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