Justine by Sade Marqués de

Justine by Sade Marqués de

autor:Sade, Marqués de [Sade, Marqués de]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2011-12-11T23:00:00+00:00


SEGUNDA PARTE

Estaba en mi segundo día, absolutamente tranquila respecto a los temores que había sentido al principio de ser perseguida; hacía un calor extraordinario, y siguiendo mi costumbre ahorrativa, me había alejado del camino para encontrar una sombra donde pudiera efectuar una ligera comida que me permitiera aguardar la noche. Un bosquecillo a la derecha del camino, en medio del cual serpenteaba un límpido arroyuelo, me pareció adecuado para refrescarme. Tranquilizada por el agua pura y fresca, alimentada con un poco de pan, la espalda apoyada en un árbol, dejaba circular por mis venas un aire puro y sereno que me descansaba, y calmaba mis sentidos. Allí, meditaba sobre aquella fatalidad casi sin parangón que, pese a las espinas que me rodeaban en la carrera de la virtud, me llevaba siempre, sea como fuere, al culto de esa divinidad, y a unos actos de amor y de resignación hacia el Ser Supremo del que emana, y del cual es la imagen. Una especie de entusiasmo acababa de apoderarse de mí: «¡Ay!», me decía, «ese buen Dios al que adoro no me abandona, ya que en ese mismo instante acabo de encontrar los medios para reparar mis fuerzas. ¿Acaso no le debo a El este favor? ¿Y no existen en la Tierra seres a los que se les niega? Así que no soy totalmente desgraciada, ya que los hay que todavía son más de compadecer que yo... ¡Ah! ¿Acaso no lo soy mucho menos que las desdichadas a las que dejo en esa guarida del vicio de la que la bondad de Dios me ha hecho salir como por una especie de milagro? ... ». Y llena de gratitud, me había prosternado; contemplando el sol como la obra más hermosa de la divinidad, como la que mejor manifiesta su grandeza, arrancaba de la sublimidad de ese astro nuevos motivos de oraciones y de acciones de gracias, cuando de repente me siento agarrada por dos hombres que, después de cubrirme la cabeza para impedirme ver y gritar, me atan como a una criminal y me arrastran sin decir palabra.

Caminamos así cerca de dos horas sin que me sea posible ver qué camino emprendemos, cuando uno de mis guías, oyéndome respirar con esfuerzo, propone a su camarada liberarme del velo que me oprime la cabeza; él lo permite, respiro y descubro finalmente que estamos en medio de un bosque donde seguimos un camino bastante ancho, aunque poco frecuentado. Mil funestas ideas se presentan entonces a mi mente, temo que se han apoderado de mí los agentes de aquellos indignos frailes... temo que me devuelven a su odioso convento.

–¡Ah! –le digo a uno de mis guías–, señor, ¿puedo suplicaros que me digáis dónde me lleváis? ¡.Puedo preguntaros qué pretendéis hacer conmigo?

–Cálmate, hija mía –me dice el hombre–, y no te asustes por las precauciones que nos vemos obligados a tomar. Te llevamos hacia un buen amo. Graves problemas le obligan a buscar camareras para su esposa sólo con este aparatoso misterio, pero estarás bien allí.



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