Incierta gloria by Joan Sales

Incierta gloria by Joan Sales

autor:Joan Sales [Sales, Joan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1956-01-01T00:00:00+00:00


—Es una vieja tocada —me dijo la pantera submarina sin darle importancia—; no le hagas caso. Sabe que soy francesa y canta eso para hacerme rabiar.

—¿Me ha dicho que vuelva después de las doce? —le pregunté, extrañado de que me citara a una hora tan insólita—. Por otro lado, sólo quiero los documentos; no me importan las pesetas. Incluso estoy dispuesto a darle más a cambio de los documentos… quinientas, por ejemplo.

Ella me miró fijamente.

—Sube.

La escalera, estrecha y sucia, tenía unos escalones muy desgastados. Atravesamos un saloncito amueblado con un mal gusto horroroso y donde estaban sentadas otras mujeres que ni siquiera nos miraron. Ella me introdujo en su habitación, al final de un pasillo largo y con muchas puertas numeradas, como en un hotel; de hecho, yo creía que estábamos en un hotel, un hotel de ínfima categoría. De todos modos, aquella habitación hubiera podido ser la de un fraile, tan pequeña y apenas sin ningún mueble; encima de una mesita incluso había una imagen de yeso que representaba la gruta de Lourdes y delante ardía una mariposa en un vaso de aceite.

La pantera hizo ademán de quitarse la blusa por la cabeza.

—¿Qué hace? —exclamé, estupefacto; ella me miraba con perplejidad, tal vez con un asomo de duda acerca de mi estado mental—. ¡Yo sólo quiero mis documentos! La policía militar, ¿sabe?… ¡los necesito! Puede quedarse con las pesetas, pero devuélvame los documentos.

—¿Qué lío te estás armando, hijo mío?

Se la veía irritada y ahora yo me daba cuenta de que sus cabellos eran negros, mientras que la del tranvía —de eso me acordaba muy bien— los tenía de color rojo vivo; me disculpé, cohibido por aquella plancha, y mis excusas eran formuladas con tan poca gracia, que ella sólo entendió que la había tomado por una carterista. Indignadísima, mientras yo bajaba atropelladamente las escaleras, me dirigía desde el rellano los más groseros insultos.

Eran las cuatro cuando me presenté en el chalet de Pedralbes donde vivía Trini. Ella había salido. La criada me hizo pasar al salón, diciéndome que no podía tardar mucho. Todo lo que iba viendo me llenaba de sorpresa.

No porque a través de sus cartas me lo hubiese imaginado de otro modo; en realidad no me había imaginado gran cosa. De ella no sabía más que lo que me había dicho Luis y lo que había podido adivinar a través de aquellas cartas; entonces yo no me preguntaba con qué derecho me metía en la vida privada de una mujer a la que no conocía. Me sentía muy seguro del camino emprendido, convencido de que tenía el deber estricto de ayudar a Luis a recobrar el afecto de su mujer y de poner paz entre ellos. No me daba cuenta de que aquel camino era resbaladizo, sólo veía el bien que podía hacer a Luis y a Trini… Trini, aquella anarquista convertida, hija de una pareja unida en amor libre en el que ella también vivía, que ahora iba quizás a dar un paso en falso y a perderse para siempre…

Miraba a mi alrededor; nada de bohemia ni desorden.



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