Identidad oculta by Eugeni Verdú

Identidad oculta by Eugeni Verdú

autor:Eugeni Verdú [Verdú, Eugeni]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2023-10-11T00:00:00+00:00


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Cayo Vizcaíno, Miami, 21 de abril, 17:20 horas

El velero llevaba cuatro días fondeado en Hurricane Harbor, una pequeña bahía que se abría paso entre los islotes de Cayo Vizcaíno y Mashta Island, frente a las costas de Miami.

Generalmente, por las mañanas, permanecía anclado en las orillas de Mashta, con la proa orientada a Harbor Drive. A mediodía se desplazaba hasta Nixon Beach o hacia South Florida Basin, según el estado del mar y el humor de sus tripulantes; un par de colombianos muy poco avezados en los aparejos de vela. Esa era la razón por la que siempre se valían del pequeño motor de la embarcación, y de que lo máximo que osaban izar era el pabellón. Tiraban las cañas durante dos o tres horas, bebían cerveza, se daban un chapuzón y luego, invariablemente, regresaban a Hurricane Harbor. Al atardecer se desplazaban apenas media milla para fondear tras la bocana, lejos de los embarcaderos, en tierra de nadie. Una forma sutil de evitar el recelo del vecindario de las lujosas residencias que una tras otra, hasta algo más de cuarenta, jalonaban la bahía. Palmeras, embarcaderos privados, piscinas y grandes extensiones de césped se sucedían en perfecto orden. Todo era silencio, todo a excepción de la algarabía sinfónica de los pelícanos.

Los colombianos repetían la rutina a diario, y su única preocupación era tener a la vista la residencia de verano de los Coleman, una mansión que se alzaba como un faro en la noche: sus paredes rojas y tejados blancos eran únicos en el barrio.

Esos sujetos comían, cenaban y dormían en la embarcación. Evitaron el contacto con la gente, con todos a excepción de Andy, un negro de gran parecido con el actor Forest Whitaker; incluso tenía, como él, un párpado más caído que otro. Lo siguieron en dos ocasiones hasta los centros comerciales de Crandon Boulevard. Aprovecharon precisamente ese parecido para iniciar el movimiento de aproximación. Le pidieron selfis y autógrafos fingiendo confundirlo con el artista. Andy se sintió halagado. Para cuando el equívoco se desveló, ya habían conseguido invitarlo a una cerveza; se citaron al día siguiente para merendar en el Starbucks que quedaba junto al Square Shopping Center.

Andy Whitaker, como lo llamaban con guasa, era el chófer de los Coleman, y al mismo tiempo ejercía de vigilante y jardinero de la mansión. Soltero, orondo y feliz, vivía en una pequeña casita anexa al garaje de los Coleman, junto a la entrada principal, a la que se accedía desde la calle Harbor Drive. Los Coleman eran una familia adinerada que tenía su residencia habitual en Nueva York. Sus muchos negocios e influencias políticas los forzaron a disponer de guardias de seguridad día y noche, pero eso era en la Gran Manzana, no en la isla. Nada pintaban los escoltas en un cayo tranquilo, sin problemas, repleto de familias con niños. Todo el sistema de seguridad se reducía a una sencilla alarma. Andy disponía de una pantalla en su dormitorio; allí se registraban las imágenes de las cuatro cámaras de



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