Historias de la Historia 3 by Carlos Fisas

Historias de la Historia 3 by Carlos Fisas

autor:Carlos Fisas [Fisas, Carlos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Historia, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 1985-01-01T05:00:00+00:00


ANECDOTARIO, VI

Luis XVIII de Francia preguntó al vizconde de Chateaubriand:

—¿Cómo juzgáis el futuro inmediato?

—Señor, permitidme que me reserve mi opinión.

—No; quiero que me la digáis.

—Pues bien, señor, y perdonad mi atrevimiento: creo que la monarquía se muere y todo se irá a pique.

—Señor de Chateaubriand, comparto vuestra opinión. Y ambos tuvieron razón.

El célebre torero Rafael Gómez, el Gallo, en cuanto veía el más insignificante peligro era capaz de las mayores espantás que se han dado en los ruedos. Un día, un toro le dio un achuchón que le hizo llegar cojeando a su casa. Su madre, la señá Grabiela, al verle, le preguntó:

—¿Te ha cogido el toro?

—Sí, madre.

—Pero ¿es que el toro ha saltado la barrera?

Cuando el arqueólogo inglés conde de Provok llegó a la Arabia para realizar sus exploraciones, fue a visitar al rey Ibn Saud, el cual le preguntó:

—¿Qué, viene en busca de petróleo?

—No, Majestad; voy tras la reina de Saba.

—¿Una reina? ¿No cree que es demasiado mayor para dedicarse a las mujeres?

En una reunión, don Ramón del Valle-Inclán quería hablar y no lo conseguía. En vano intentaba meter baza: los demás seguían hablando como si él no existiese. De pronto, cansado, sacó un revólver y disparó un tiro bajo la mesa. Se hizo el silencio y él, muy tranquilo, dijo:

—Pues como intentaba decirles…

De una mujer muy graciosa y muy alegre, pero muy vieja, decía un amigo:

—Es como una colección de cuentos amenos encuadernada en pergamino.

Era ministro de la Gobernación el conde de Gimeno. Cierto magnate de las finanzas, queriendo influir en su ánimo en la resolución de cierto asunto, le envió dos magníficos frascos de cristal tallado.

El conde hizo llenar con el mejor de sus vinos los dos frascos y los devolvió, diciendo al criado que se los había entregado:

—Diga usted a su señor que mi bodega está a su entera disposición.

Un verdadero orador sabe lo que quiere decir, pero no sabe nunca lo que dirá.

El padre Isla se burló de los predicadores de su tiempo en su célebre libro Fray Gerundio de Campazas. Hoy nos parece exagerada la sátira; pero que ello no es así lo confirma este hecho auténtico. Un predicador tomó por tema de su sermón «las siguientes palabras del profeta Jeremías»:

«¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!». Tales son las palabras, hijos míos, que oyó María en el Cielo cuando apareció en él, adornada de pies a cabeza con todas las virtudes y gracias de que el poder divino puede enriquecer a un alma de un orden sobrenatural. El Padre Eterno le dijo: «¡Ah! Buenos días, hija mía». Jesucristo le dijo: «¡Ah! Buenos días, madre mía». El Espíritu Santo le dijo: «¡Ah! Buenos días, esposa mía». Ah, ah y ah serán, pues, las tres partes de mi sermón.

Y en eso consistió la prédica.

Un general, bastante limitado, decía en cierta ocasión al conde de Schwerin, célebre general prusiano de Federico el Grande:

—Me gustaría que hiciésemos una campaña juntos; me parece que nos entenderíamos muy bien.

—Sin duda, sin duda. Podéis estar seguro que yo os daría mis órdenes con tanta claridad que no podríais dejar de cumplirlas con exactitud.



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