Historia de mi vida by George Sand

Historia de mi vida by George Sand

autor:George Sand [Sand, George]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1855-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo XLI

El día en que entré en la clase de las grandes fue uno de los más felices de mi vida. Siempre he sido muy sensible a la luz. Me entristezco en una atmósfera sombría. La clase grande era muy amplia; tenía varias ventanas, de las que algunas daban al jardín. En ella había una buena chimenea y una estufa. Se anunciaba la primavera; los castaños estaban brotando y sus racimos rosados parecían candeleros. Creí entrar al paraíso.

La maestra de esta clase era una persona muy buena en el fondo, a pesar de tener modales bastante raros. La llamaban la condesa, por su porte aristocrático. Se alojaba en un departamento situado en la planta baja. Desde una ventana de la clase podía ver lo que sucedía en su departamento. Con ella vivía el único objeto de sus amores, un viejo loro desplumado, al que acosábamos con desprecios e insultos. El loro pegaba agudos gritos en cuanto se aburría. En seguida la condesa corría a la ventana, y si un gato merodeaba por los alrededores, se olvidaba de todo y salía precipitadamente de la clase para ir a acariciar a su adorado animal. Durante ese tiempo bailábamos sobre las mesas o dejábamos la clase para emprender algún paseo por el sótano o por tejados. La condesa era una persona de cuarenta o cincuenta años, de muy buena familia (lo decía a cada rato), sin fortuna y poco instruida. Nunca tuve motivos para quejarme de ella y me arrepiento de haberme reído de su aspecto presuntuoso. Ella me defendía a mí ante las religiosas. Pero los chicos son ingratos y la burla les parece un derecho inalienable.

La señora Eugenia vigilaba la clase. Era una mujer alta, de porte noble, afable dentro de su solemnidad. Su rostro, rosado y arrugado como el de casi todas las monjas, hubiera parecido hermoso sin la expresión de orgullo y de burla que la hacía antipática de primera intención. Era más arrebatada que severa y se dejaba llevar por antipatías personales. Fue afectuosa únicamente conmigo. Ese afecto asombró a todas mis compañeras de clase.

El arzobispo de París debía confirmarnos unos días más tarde. Entraríamos en retiro bajo la vigilancia de la señorita D. Ésta rehusó recibirme y dijo que hiciera mi retiro sola, en el cuarto que me indicaran las religiosas. Entonces la señora Eugenia salió en mi defensa y dijo que lo haría en su celda. La madre Alicia vino a reunirse con nosotras. Yo entré en la celda mientras ellas quedaron en el corredor y comprendí lo que ambas conversaban en inglés. Convinieron que yo no era detestable, sino buena, aunque era más prudente aplazar mi confirmación. La señora Eugenia conversó, creo, con la superiora. Al cabo de una hora recibí la visita de la señorita D. Creo que la superiora o el confesor la habían amonestado. Estaba dulce como la miel y quedé asombrada por sus modales cariñosos. Me anunció que mi confirmación se realizaría al año siguiente, pero que antes de entrar en retiro con las demás niñas deseaba quedar en paz conmigo.



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