Hijos de sangre y hueso by Tomi Adeyemi

Hijos de sangre y hueso by Tomi Adeyemi

autor:Tomi Adeyemi [Adeyemi, Tomi]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2018-03-01T05:00:00+00:00


CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

AMARI

Las celebraciones se prolongan varias horas más, aunque no comprendo cómo alguien puede tener ganas de celebrar nada. Qué desperdicio tan tremendo de vidas. Una de ellas, arrebatada con mis propias manos.

Tzain intenta protegernos de la muchedumbre, pero ni siquiera él es capaz de contrarrestar la fuerza de los espectadores cuando salimos del anfiteatro. Nos siguen por las calles de Ibeji como si fuese un desfile, inventan apodos para conmemorar la ocasión. Zélie se convierte en «la Inmortal», mientras que Tzain pasa a ser «el Comandante». Cuando me ven a mí, los espectadores gritan el sobrenombre más ridículo de todos. Me estremezco al oírlo otra vez:

—¡La Leonaria!

Quiero gritarles que se equivocan; deberían sustituir «leonaria» por un apodo más pertinente, como «cobarde» o «impostora». No hay ferocidad alguna en mis ojos, ni una bestia rabiosa escondida dentro de mí. Ese apodo es falso, no hay vuelta de hoja, pero a los espectadores, propulsados por el alcohol, no les importa en absoluto. Lo único que necesitan es algo que gritar. Algo que alabar.

Cuando nos acercamos a la ahéré que hemos alquilado, Tzain por fin nos suelta de la mano. Gracias a él hemos llegado sanas y salvas a nuestra cabaña de arcilla y ahora nos turnamos para lavarnos detrás de la choza la sangre que se nos ha pegado.

Mientras el agua fría me recorre el cuerpo, me froto con todas mis fuerzas, desesperada por eliminar de mi piel cualquier resto de aquel infierno. Al ver que el agua se tiñe de rojo, pienso en el capitán que maté. «Cielos…».

Cuánta sangre había…

Empapó el kaftán azul marino que el prisionero llevaba adherido a la piel, impregnó las suelas de cuero de mis zapatos, me manchó los bajos de los pantalones. En sus últimos instantes de vida, el capitán se llevó la mano al bolsillo, temblando. No sé qué quería coger. Antes de que pudiera sacar nada, su mano cayó inerte al suelo.

Cierro los ojos y me clavo las uñas en las palmas de las manos, suelto un suspiro profundo entre temblores. No sé qué me perturba más: haber matado a ese hombre o saber que podría volver a hacerlo.

«Ataca, Amari». La voz de Padre me susurra al oído.

Lo borro de mi mente a la vez que elimino los últimos restos de sangre del circo de mi piel.

De vuelta en la ahéré, la piedra de sol brilla dentro de la mochila de Zélie, ilumina el pergamino y la daga de hueso con sus tonos rojos y amarillos girasol. Hace apenas un día, me costaba creer que tuviésemos dos de los artefactos sagrados, y, sin embargo, aquí delante tengo los tres. Nos quedan todavía doce días hasta el solsticio centenario, así que podremos llegar a tiempo a la isla sagrada. Zélie podrá realizar el ritual. La magia regresará de una vez por todas.

Sonrío para mis adentros y visualizo las luces resplandecientes que escaparon de las manos de Binta. Imagino que la espada de Padre no logra detenerlas, sino que duran para siempre. Una belleza que yo podría presenciar día tras día.



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