Gabo contesta by Gabriel García Márquez

Gabo contesta by Gabriel García Márquez

autor:Gabriel García Márquez [Roberto Pombo]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Intermedio Editores S.A.S


LA NOSTALGIA DE LAS ALMENDRAS AMARGAS

Publicado en revista Cambio #307, 3 de mayo de 1999.

Estimado Gabriel García Márquez:Leí su obra El amor en los tiempos del cólera y tengo varios interrogantes. ¿Por qué no vuelve a mencionar a Jeremiah de Saint-Amour? Pareció ser un personaje importante en la vida de Juvenal Urbino. Agradeceré que me responda lo anterior aunque le parezca una pregunta tonta.

NATALÍ GONZÁLEZ. VÍA INTERNET

Jeremiah de Saint-Amour no tenía por qué estar en El amor en los tiempos del cólera. Sin embargo cumplió muy bien la tarea que le fue encomendada, hasta el punto de que hoy no sería fácil concebir el libro sin él. Veamos: un problema capital en una novela es que la primera línea atrape al lector de un zarpazo. Para mi gusto hay dos grandes comienzos de Kafka. Uno: «Gregorio Samsa despertó una mañana convertido en un gigantesco insecto». Y el otro: «Érase un buitre que me picoteaba los piés». Hay un tercero cuyo autor no recuerdo, y que además cito de memoria: «Tenía cara de llamarse Roberto pero se llamaba José». La primera línea de El amor en los tiempos del cólera me costó sudor y lágrimas, hasta que se me ocurrió leyendo por casualidad una novela de Aghata Christie: «Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados».

La dificultad siguiente era que la frase inicial sostuviera en vilo al lector hasta que fuera atrapado por la fascinación del relato. No muchas novelas lo consiguen. Los amores de Florentino Ariza y Fermina Daza son un cuento parsimonioso y sutil, y requerían de un antecedente inolvidable para engolosinar al lector. La solución fue el suicidio de Jeremiah de Saint-Amour, un recuerdo brutal de mi infancia con suficiente fuerza dramática para sostener la tensión hasta que el relato entrara en materia. Así fue: cuando eso ocurrió, ya el doctor Juvenal Urbino estaba instalado en la novela con los pies firmes sobre la tierra.

En la vida real, De Saint-Amour era un veterano belga de la Primera Guerra Mundial que había perdido el uso de ambas piernas en un campo minado de Normandía. Había llegado a Aracataca en el torrente migratorio de la fiebre del banano, con un par de muletas primorosas talladas por él con incrustraciones de cuerno. Se llamaba Don Emilio y se le conocía también como El Belga, pero preferí para la novela un nombre más lírico entre profeta plañidero y teólogo francés. No era fotógrafo de niños, sino maestro de orfebres, como mi abuelo, y protegido suyo. Nunca se le conoció mujer, pero la que aparece en la novela era un secreto sagrado que le reveló al abuelo. Parece, además, que odiaba a los perros y el que le puse en el libro fue por una debilidad del corazón.

Su amistad con el abuelo había sido inmediata, debido tal vez a la pasión común por la orfebrería. Mi abuelo lo ayudó a instalarse en el pueblo, y él ayudó al abuelo a mejorar su ajedrez, lo inició en el vicio del cine y le enseñó a hacer los célebres pescaditos de oro.



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