Frankenstein, o El moderno Prometeo (trad. Silvia Alemany) by Mary Shelley

Frankenstein, o El moderno Prometeo (trad. Silvia Alemany) by Mary Shelley

autor:Mary Shelley [Shelley, Mary]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción, Drama, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1818-01-01T05:00:00+00:00


Descansamos; y el reposo tiene la fuerza de envenenar el sueño.

Nos levantamos; y un pensamiento errante mancilla el día.

Valoramos los sentidos, la fantasía o la razón, la risa o el llanto;

nos asimos a los más preciados augurios o alejamos nuestras inquietudes.

Es lo mismo; porque en la alegría o en la tristeza

el camino de la partida sigue abierto.

El ayer del hombre nunca será su mañana;

¡La nada solo puede sufrir la mutabilidad![*]

Era casi mediodía cuando coroné la ascensión. Me senté un rato sobre una roca desde la que se divisaba el mar de hielo. La niebla lo cubría todo, incluso las montañas circundantes. Cuando la brisa disipó las nubes, bajé al glaciar. Su superficie es muy irregular, se eleva como las olas de un mar embravecido para descender en vertical, y está sembrada de grietas que la hienden hasta lo más profundo. Aunque el campo de hielo mide casi una legua de anchura, tardé unas dos horas en cruzarlo. La montaña situada en la otra orilla es una roca desnuda cortada a pico. Desde mi posición, el Montanvert se hallaba justo enfrente, a una legua de distancia. Sobre él se elevaba el Mont Blanc con una espeluznante majestuosidad. Me instalé en un entrante de la roca para contemplar esa maravillosa y portentosa visión. El mar o, mejor dicho, el inmenso río de hielo, dibujaba su tortuoso recorrido entre las montañas tributarias, cuyas aéreas cimas se cernían sobre sus oquedades. Los picos helados y resplandecientes brillaban a la luz del sol por encima de las nubes. Mi corazón, tan apesadumbrado, se llenó de un sentimiento parecido a la alegría.

—¡Espíritus errantes! —exclamé—. Si es cierto que vagáis y no reposáis en vuestros estrechos lechos, permitidme gozar de esta leve felicidad o llevadme con vosotros y alejadme de las dichas de la vida.

Mientras decía esto, de repente, vi la figura de un hombre a cierta distancia que avanzaba hacia mí con una velocidad sobrehumana. Saltaba por las grietas del hielo que yo había sorteado con cautela. Su estatura, a medida que se iba acercando, también parecía exceder a la de un ser humano. Sentí que desfallecía: mis ojos se nublaron y una extrema debilidad se apoderó de mí; pero el frío y el fuerte viento de las montañas me hicieron reaccionar. Advertí, a medida que la forma se aproximaba (¡qué tremenda y aborrecible visión!), que se trataba de aquel espanto a quien yo había creado. Temblando de rabia y terror, decidí esperar hasta que estuviera ante mí para entablar un combate a muerte. Se iba acercando. Su rostro traslucía una amarga angustia teñida de desdén y malicia, y su sobrenatural fealdad resultaba insoportable para el ojo humano. No obstante, apenas me fijé en esos detalles. La rabia y el odio me habían privado del habla y, cuando logré controlarme, solo acerté a abrumarlo con palabras que expresaban mi más furioso desprecio y aborrecimiento.

—¿Cómo te atreves a acercarte a mí, demonio? ¿No temes que descargue la fiera venganza de mi brazo sobre tu miserable cabeza? ¡Fuera



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