Finlay Donovan: una escritora de muerte by Elle Cosimano

Finlay Donovan: una escritora de muerte by Elle Cosimano

autor:Elle Cosimano [Cosimano, Elle]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2021-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo 24

—¿Qué vamos a hacer con esto?, —pregunté la tarde del domingo mientras sostenía la bolsa a la altura de mis ojos.

—No lo llames «esto». Tiene nombre —dijo Delia. Me guardé todos los argumentos que me estaban subiendo por la garganta. Si le poníamos nombre, ya iba a ser más que un pez. Sería una mascota. Y mi historial manteniendo a otros seres con vida en las últimas semanas no era precisamente ejemplar—. Se llama Christopher.

—¿Christopher? ¿En serio?

Con el ceño fruncido, estiró el brazo para quitarme la bolsa y la alejó de mí.

—A papi le ha gustado.

—Christopher es un nombre precioso —admití—. Justo estaba pensando que tiene cara de Christopher. Seguro que los padres de Christopher están muy orgullosos de él.

Vero me miraba con condescendencia desde el pasillo, con un hombro apoyado contra el marco de la puerta del cuarto de Delia; su lenguaje corporal me desafiaba a no matarlo.

Desaté la goma elástica y eché a Christopher en la ponchera de cristal, una reliquia olvidada del día de mi boda que nos regaló la abuela de Steven y que había desempolvado de una caja que había en el garaje. Delia acercó la cara al cristal, con la frente arrugada de preocupación mientras observaba a Christopher oscilar y escorarse hacia un lado con sus ojos saltones abiertos de par en par, y tragar agua por la boca. Genial, no sería el primer ser vivo al que le habría cortado el suministro de oxígeno a los pocos minutos de traerlo a casa. Al menos este sería más fácil enterrarlo.

Christopher sacudió sus escamas naranja chillón y se repuso. Zach chilló cuando el pez empezó a nadar en círculos a toda velocidad por el recipiente de cristal.

El timbre sonó en la planta baja.

—Voy yo —dijo Vero—. Steven debe de haberse olvidado algo. —Puso los ojos en blanco—. Oye, pero al menos esta vez ha tocado el timbre.

—Hay animales a los que sí se puede domesticar.

Me siguió escaleras abajo. Mis pies ya habían tocado el último escalón cuando divisé a través de la ventana el coche que estaba en la entrada de la cochera. Un sedán Chevy azul marino, con varias antenas sobre el maletero y una luz de emergencia en el salpicadero, estaba aparcado delante de mi casa.

No era Steven.

Vero se chocó con mi espalda y casi me tiró al suelo al dar el último paso. Soltó una palabrota y enmudeció enseguida al seguir mi mirada hasta la figura que estaba de pie, de espaldas a la puerta principal. Alto, pelo oscuro, hombros anchos. Incluso estaba parado como un poli, con los pies separados al ancho de los hombros y las manos posadas en las caderas. Miró a un lado y otro de la calle antes de girarse despacio hacia la puerta. Cuando lo hizo, el arma sobresalió de la chaqueta dentro de su funda y su placa centelleó colgada del cinto.

—Mierda, mierda, mierda. —Vero rodeó mi cuerpo paralizado y se escabulló de puntillas a la cocina, desde donde se asomó a través de las cortinas—.



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