Estado de gracia by Joy Williams

Estado de gracia by Joy Williams

autor:Joy Williams [Williams, Joy]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1973-01-01T05:00:00+00:00


Siento hacer esto, pero estoy acabado y de todas formas no tengo nada que ofrecerte. Espero que hayas dejado de ponerte la zancadilla y hayas encontrado una mujer y te hayas aclarado la cara. Aquí me comí una mariscada y espero que tú y Amos podáis hacer lo mismo algún día.

Corinthian se daba cuenta de que la mayor parte del mensaje era para él, pero el trozo sobre la mujer debía de ir dirigido a su hermano, porque Corinthian sólo tenía siete años.

EL HERMANO DE CORINTHIAN BROWN le daba a la farlopa, las anfetas y cualquier cosa que pudiera meterse. Tenía los ojos azules, lo que en un negro siempre da muy mala suerte. Corinthian quería a su hermano y se preocupaba por él en todo momento. Cuando Amos no estaba en el cobertizo colocándose, era muy tierno con su hermano y le preparaba lo más parecido a una cena de lo que era capaz cuando el pequeño volvía de la escuela. Las más de las veces era un sándwich de manteca y azúcar y una jarra de Kool-Aid. En los meses de mayo y junio era un sándwich de fresas y azúcar. Amos solía preguntarle a Corinthian qué aprendía de los libros y sus respuestas siempre le parecían desternillantes.

Una noche, justo antes de la cena, Corinthian oyó un alboroto en el cobertizo y abrió la puerta para encontrar a su hermano retorciéndose de dolor en el suelo, con la mayor parte de la sangre convertida en una sopa de alcohol Sterno. Se diría que la policía siempre estaba dando vueltas por el barrio, y esa noche, justo antes de la cena, no fue una excepción. Vieron al niño aullando, llorando, entrando y saliendo del cobertizo con paso mareado. Cuando cargaron a Amos en el asiento trasero del coche patrulla ya estaba muerto.

—Oye —dijo uno de los policías a su compañero—. Se está meando en el asiento. —Y obligaron a Corinthian a limpiarlo todo antes de irse.

Enterraron a Amos en un sitio al que no era fácil llegar. Corinthian no podía recordar si le habían dicho dónde estaba. Encadenó varios trabajos durante los años siguientes, pero ninguno le fue bien. Tenía una desagradable enfermedad cutánea que a la gente le daba miedo contraer. Pensaban que era contagiosa, como una gripe pimpón. Todos los médicos que vieron a Corinthian le dijeron que su trastorno era psicosomático y no hereditario ni causado por dermatofitos. ¿Cómo iba a ser contagioso? Le había atacado a él y ahí terminaba la historia.

—¿Sueles tener miedo? —le preguntó Corinthian a Kate esa noche.

Cuando Kate movió la cabeza en asentimiento, la avestruz se puso a perseguir los retales de oscuridad que cayeron de sus pendientes de plata.

—Les gustan las cosas brillantes —dijo Corinthian, cambiando de tema—. Les gusta jugar con cucharas.

—Sí —dijo Kate.

—¿Tienes miedo todo el tiempo?

—No —dijo ella.

—Yo tengo miedo todo el tiempo —le dijo Corinthian, valientemente.

EL CABALLO PINTO era el motivo que había llevado a Terry Barfield a integrarse en la cuadrilla del sheriff. Ese caballo



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