Esclava, Guerrera, Reina by Morgan Rice

Esclava, Guerrera, Reina by Morgan Rice

autor:Morgan Rice [Rice, Morgan]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Morgan Rice
publicado: 2019-05-08T00:00:00+00:00


CAPÍTULO CATORCE

“¡Rexo!”

Rexo se dio la vuelta y vio a Nesos que venía corriendo frenético hacia él y su corazón se llenó de terror. Habían enviado a Nesos a una misión importante y Rexo sabía que no era bueno que estuviera aquí.

Nesos derrapó hasta detenerse justo delante de Rexo, el polvo se arremolinó en el aire y descansó las manos sobre las rodillas mientras hablaba jadeando.

“Acabo de llegar…del norte de Delos y…los soldados del Imperio están por todas partes…diciendo que se han aprobado nuevas leyes, se están llevando a los hombres primogénitos, asesinando…a todo aquel que se niega”, dijo Nesos, todavía sin aliento, con el sudor cayéndole por la cara.

A Rexo se le cortó la sangre. Se puso esnseguida de pie y salió corriendo a toda prisa hacia la principal entrada al castillo. Debía avisar a los demás.

“A continuación atacarán el este de Delos, después el oeste…y finalmente el sur”, dijo Nesos, siguiéndole.

Rexo tuvo una idea.

“Llévate a algunos hombres contigo y envía todas las palomas que tengamos para advertir a nuestros adeptos”, dijo.

Pídeles que se reúnan en la Plaza del Norte lo más pronto posible y con tantas armas como puedan llevar. Liberaremos a aquellos primogénitos para que puedan unirse a la rebelión. Yo reuniré aquí a los adeptos y saldremos de inmediato”.

“Ahora mismo”, dijo Nesos.

Aquí empieza, pensó Rexo mientras corría hacia los demás. Hoy defenderían su causa y matarían en nombre de la libertad.

En unos instantes Rexo tenía unos cien hombres y cincuenta mujeres reunidos delante de la abundante cascada, preparados sobre los caballos, armas en mano. Mientras él explicaba el plan a los revolucionarios, veía el miedo en sus ojos. Él sabía que un guerrero atemorizado no ganaría ninguna batalla. Y por eso se puso delante de ellos para hablar.

“Veo en cada uno de vuestros ojos el terror a la muerte”, dijo Rexo.

“¿Tú no le temes a la muerte?” exclamó un hombre entre la multitud.

“Sí, por supuesto. Yo no deseo morir. Pero más que temerle a la muerte, mi miedo más profundo es vivir el resto de mi vida de rodillas”, dijo Rexo. “Más que temerle a la muerte, temo no conocer nunca la libertad. Y estos hombres primogénitos pueden ayudarnos a lograrlo”.

“¡Pero nosotros tenemos hijos!” exclamó una mujer. “¡Los castigarán a ellos por nuestra rebelión!”

“Yo no tengo hijos, pero conozco el miedo de perder a alguien querido. Si ganamos, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos no conocerán nunca la opresión del modo que nosotros la conocemos. ¿Y no preferís que vuestros hijos sigan vuestro ejemplo de coraje antes que vuestro ejemplo de miedo?” dijo él.

Los milicianos se quedaron en un silencio fantasmal y no se oía más que el rugido de la cascada y el relinchar esporádico de un caballo.

“No seáis tan estúpidos de pensar que el Imperio os dará la libertad”, dijo Rexo.

“Yo y muchos de los que estamos aquí estamos contigo, amigo”, gritó un hombre. “¿Pero realmente crees que tenemos una posibilidad real de ganar esta guerra?”

“La guerra no se ganará hoy”, continuó Rexo. “Ni incluso mañana.



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