En el nombre de Salomé by Julia Alvarez

En el nombre de Salomé by Julia Alvarez

autor:Julia Alvarez [Alvarez, Julia]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9780307522924
editor: Penguin Random House Grupo Editorial USA
publicado: 2011-08-24T00:00:00+00:00


EN MAYO DE 1881, la rebelión que Pancho había tratado de detener finalmente estalló en el suroeste. Meriño abolió los derechos civiles y promulgó un decreto por el cual cualquier persona que fuese sorprendida portando armas sería ajusticiada en el acto. El ejército se preparaba para la guerra.

“Es solamente para calmar las cosas”, explicó Pancho. “Meriño nunca la pondrá en vigor. “Se lo aseguro”.

“Meriño quizás no”, Hostos añadió, “pero tiene un general sediento de sangre que sí lo hará. A Lilís le encantaría tener una excusa para eliminar a todos sus enemigos bajo el lema de ‘calmar las cosas’ y ‘proteger la patria’ ”.

Una patrulla fue puerta por puerta para confiscar las armas de fuego. Para cuando llegaron a nuestro barrio, los soldados estaban tan cansados que comenzaron a visitar solamente la primera casa de cada cuadra para que los residentes confirmaran que el resto de los vecinos no tenían armas. Cuando tocaron a la puerta de nuestra casa, que estaba en una esquina, la tía Ana abrió el postigo y les dijo que teníamos todas las armas que necesitábamos: los poemas de Salomé y Cristo, Nuestro Señor. Ni que decir tiene que el teniente a cargo inmediatamente despachó dos soldados para cada casa de nuestra cuadra, y él y sus subalternos exploraron cada rincón de la nuestra, con Coco detrás ladrando furiosamente. De repente se sintieron algunos disparos. Habían sorprendido a uno de los vecinos con un pequeño revolver escondido en su bota, lo sacaron a la calle y allí mismo lo mataron. Creo que ese fue el momento en que todos nos dimos cuenta de los designios fatídicos de Meriño y su general Lilís. Desde ese día en adelante, tía Ana apenas pronunció palabra. Creo que se sintió responsable de un martirio que pudo haber evitado.

El hecho de que íbamos nuevamente hacia nuestro habitual estado de guerra me hacía sentir peor de lo que ya estaba. Toda nuestra labor de los últimos dos años había acabado en la nada: las nuevas escuelas que Hostos había creado, los sacrificios y los anhelos de tantos jóvenes, muchos de los cuales, como Pancho, trabajaban sin remuneración. Por primera vez me pregunté si éramos capaces de la libertad.

“No debemos perder la fe”, insistió Hostos cuando pasó un día para revisar sus planes para el Instituto. Ahora que Pancho y José habían mudado la escuela a un edificio cerca de la Normal, ya no veía al Maestro todos los días como antes, cuando teníamos la escuela en casa. Me preguntaba si mi creciente afán por crear mi instituto era producto de mi deseo de ver a Hostos más a menudo. Nuestras conversaciones eran un bálsamo para mi agotado espíritu.

Estábamos midiendo la sala del frente para ver cuántos pupitres cabrían en ella. Un globo terráqueo ya estaba presente al final de la pieza, un donativo de Don Eliseo. Había pilas de libros sobre un largo banco, regalo de amigos que se habían enterado de la escuela. Por ahí había almas esperanzadas que creían en nuestra revolución pacífica.



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