En el nombre de la piedra by Cristina Fantini

En el nombre de la piedra by Cristina Fantini

autor:Cristina Fantini [Fantini, Cristina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2020-09-15T00:00:00+00:00


* * *

—Odio las tormentas; es más, odio la lluvia.

Jacopo dal Verme, de espaldas al escritorio, observaba a través de los cristales opacos el resplandor de los relámpagos.

—Callad y dejad que llueva —dijo Gian Galeazzo sentado en su sillón, con la barbilla apoyada en la mano—. El campo lo necesita y el calor de esta mañana era insoportable.

—El terreno resulta pesado para los corceles y es difícil quitar el barro de las pezuñas —continuó el condotiero como si su señor no hubiese hablado.

—De quitar el barro se encargarán vuestros escuderos, Jacopo, y vos, Bernardino, seguid escribiendo y no prestéis atención a lo que dice el capitán —dijo Gian Galeazzo al escribano y se apoyó en el respaldo, contemplando los hombros cuadrados del hombre que el mes anterior había irrumpido en la región paduana contra Francesco Novello da Carrara, a la cabeza de seis mil hombres, y había provocado la rendición de Bassano del Grappa. Un hombre valiente, al que había encargado la misión de someter las ciudades al este de Milán: Verona, Treviso y Vicenza.

Padua.

Desde que se había enterado de las escaramuzas entre Antonio della Scala, el odioso y violento amo de Verona, y Francesco da Carrara, señor de Padua, había pensado en sacar provecho en beneficio propio del que saliera vencedor.

Bueno, Verona era suya desde hacía tiempo, y el Escalígero había muerto en Toscana dos semanas antes, mientras buscaba alianzas en vano.

En cuanto al de Carrara, había perdido Vicenza, conquistada por su capitán. Cómo le habría gustado ver la cara del viejo Francesco cuando comprendió que tendría que hacer las paces con los venecianos, sus enemigos de siempre. Es más, se había rebajado a pedir la mediación de Nicolò, marqués de Este y señor de Ferrara, sabiendo que mantenía buenas relaciones con la Señoría de Venecia.

Pero Verona y Vicenza no eran suficientes para él. Ambicionaba Padua y, para conseguirla, había cerrado acuerdos secretos precisamente gracias al hombre que ahora le daba la espalda. No solo un hombre de armas, sino también un hábil diplomático.

Con unas pocas concesiones a Venecia, se había firmado en marzo el tratado, sin que el de Carrara tuviese ni la más mínima idea de ello. Esas eran sus mayores satisfacciones, salvo tal vez el nacimiento de un hijo. Pero su heredero estaba todavía en las manos de Dios y de la santísima Virgen; la única fuerza que lo sostenía era la fe, puesto que las otras veces había alimentado la esperanza y las trágicas muertes prematuras la habían quebrado.

—Albertino da Peraga es un subteniente del de Carrara y me mantiene informado de todos sus movimientos —dijo Dal Verme de pronto, acompañado por el fragor de un trueno—. Dejé a Biancardo en Curtarolo y, tras haber tomado el castillo de Limena, cruzamos el Brenta, asaltamos Mirano, Stigliano, Noale y realizamos muchas incursiones, siempre con éxito, gracias a las informaciones de este Albertino, más codicioso que un hambriento.

La luz del relámpago se desvaneció. Gian Galeazzo hizo una señal al criado para que encendiera los candelabros que tenía a sus espaldas.



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