El vendedor de mariposas by Oscar Bazan Rodriguez

El vendedor de mariposas by Oscar Bazan Rodriguez

autor:Oscar Bazan Rodriguez
La lengua: spa
Format: epub
editor: Izana Editores
publicado: 2014-05-02T00:00:00+00:00


“Bien sé yo que esta imagen

Fija siempre en la mente

No eres tú, sino sombra

Del amor que en mí existe”

LUIS CERNUDA

4

El cuchillo que quiso perforar un corazón

Dejé la carta de María junto a mi nota inacabada. No podía creerlo cuando la encontré detrás de las facturas. No llegaba desde Perú, sino de Estados Unidos, año y medio después de lo de Grecia. Antes de abrirla me dio tiempo a sentirme un poco más culpable por haberle hecho caso y haber obedecido también mis patéticas excusas para no escribirle. Estaba en una ciudad al norte, en Cincinnati, al parecer se estaba quedando en casa de una amiga suya a la que había ido a visitar por tres meses. Me contaba que su amiga se fue cuando niña a estudiar a Ohio, y que ahora estaba haciendo el doctorado en la Universidad. Con el arte que le era propio me hizo sentirme allí: pájaros, luces, reflejos, árboles, sonrisas, frío, parques, no dejaba nada fuera de los hilos de su historia. Repetía varias veces, aquí y allá, que me echaba de menos, que pensaba mucho en mí y en cómo nos habíamos encontrado por segunda vez tan de casualidad. Terminaba con una invitación a visitarla durante su estancia. “Sé que es difícil -decía- pero tu trabajo te lleva a diferentes partes del mundo, así que ¿por qué no confiar que la historia que te estoy inventando te traiga otra vez a mí?”. Su historia. Cuánto desearía que yo no fuera más que invención en uno de sus cuentos, y pudiera destruirme a su antojo.

Me estaba adormeciendo. Como Ulises en la isla de Circe, empezaba a ver el mundo velado. Caminaba por la calle embutido en los más asombrosos pensamientos yactividades, como contar con cuantas personas me cruzaba de camino al trabajo, o repasar las recetas de cocina que mi madre me hizo aprender cuando tenía diez años y que, hasta ahora, no había podido nunca recordar. Tal vez eso significaba ser un punto. Debería preguntarle a Ramón. Y al llegar a la oficina de nuevo contaba a la gente, contaba sus ojos, sus manos, sus lenguas, escuchaba sus susurros perdido en la ensoñación. “¿No hay cada vez menos gente aquí?-le pregunté a uno de mis compañeros. No sabía su nombre y con toda probabilidad era la primera vez que le dirigía la palabra. “No sé, soy nuevo aquí” Quise responderle que yo también lo era, pero me faltó el aire para tal mentira. Ni siquiera tenía el pretexto de no saber, de estar probando. “Duérmete, Adrián, duerme-me dije- Es mejor que aceptar el tiempo que llevas aquí.”

Había hablado con Juan sobre el archivo de memoria a los dos días del descubrimiento, ahora estaba en Polonia, me parece. Nos reunimos en el barrio de la rubia. A los dos nos gustaba por su reclusión. Nos parecía estar en un rincón de la ciudad, y ya se sabe que los rincones son más fáciles de proteger. Juan, Cernuda y yo pasamos mucho tiempo allí de estudiantes.



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