El secreto de la modelo extraviada by Eduardo Mendoza

El secreto de la modelo extraviada by Eduardo Mendoza

autor:Eduardo Mendoza [Mendoza, Eduardo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2015-10-27T04:00:00+00:00


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TURISMO ACCIDENTADO

Todos los relojes marcaban las diez. Merodeando por los aledaños de la basílica famosa, di con una nutrida formación de autocares turísticos vacíos y, junto a ellos, con un grupo de conductores que mataban el tiempo mientras los usuarios de los vehículos recorrían el interior del monumento para verlo y hacer preces. A milagro podría atribuirse el hecho de que, al ser preguntados por mí sobre sus destinos inmediatos, apareciera en seguida un conductor cuyo autocar salía para Barcelona en menos de diez minutos. Le expliqué la necesidad apremiante que tenía de ir allí, si bien, aclaré, no tenía un duro para pagar el pasaje. El conductor, a su vez, dijo no disponer de plazas libres. Sin embargo, añadió, si yo estaba dispuesto a hacer el trayecto a su lado, bien de pie, bien de hinojos, él estaba dispuesto a llevarme, a cambio de darle conversación sin cesar, con objeto de evitar que le diera la modorra. Mientras aceptaba alborozado, comparecieron, fervorosos y renqueantes, los ocupantes del autocar, unos ancianos y ancianas vestidos de tiroleses que hablaban entre sí en una lengua incomprensible. Subieron al autocar ayudándose los unos a los otros, ocuparon sus asientos, el conductor puso el motor en marcha y emprendimos viaje.

Como pocas cosas de interés podía yo contarle al conductor para cumplir mi parte del trato, opté por hacerle hablar, considerando que el efecto sería el mismo. De este modo supe que se llamaba Ramiro, que tenía veintiséis años y era oriundo de Albacete. Habían salido aquella misma madrugada de Santiago de Compostela y visitado Garabandal, en Cantabria, donde la Virgen había efectuado sonadas apariciones en 1961; se habían detenido brevemente en el Pilar y tenían previsto hacer otra parada en Lourdes y llegar a pernoctar a Roma. La víspera habían estado en Sevilla, viendo bailar a los seises y habían hecho escala en Fátima antes de postrarse a los pies del Apóstol. Este trajín, dijo Ramiro, era diario. Años atrás, la empresa contrataba a dos conductores por autocar, a fin de que pudieran descansar e incluso echar una cabezadita por turnos o, estando los dos despiertos, entretenerse mutuamente con dimes y diretes. Pero un buen día, sin previo aviso y por mero afán de lucro, la tripulación había sido reducida a un solo hombre. El cansancio acumulado a lo largo de varios meses de conducción ininterrumpida, el madrugón de aquella misma mañana y los tres porros que se había fumado en ruta justificaban los temores que habían impulsado a Ramiro a procurarse mi compañía. Le pregunté cómo pensaba conjurar el peligro cuando yo me apease en Barcelona si no me encontraba sustituto, y se echó a reír. En realidad, dijo, pasar por Barcelona para ir de Zaragoza a Lourdes suponía dar un rodeo tan grande como innecesario, dado el nulo interés turístico de Barcelona. Si lo daba, con la excusa de llevar a sus incautos pasajeros a comer una exquisita paella en un chiringuito de la Barceloneta, era porque en las inmediaciones del chiringuito



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