El secreto by Donna Tartt

El secreto by Donna Tartt

autor:Donna Tartt [Tartt, Donna]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Drama, Intriga, Psicológico
editor: ePubLibre
publicado: 1992-01-01T05:00:00+00:00


Segunda parte

Dioniso, Señor de las Ilusiones, podía hacer que creciera una vid del tablazón de cubierta de un barco, y, en general, que sus adoradores vieran el mundo de forma diferente de como en realidad es.

E. R. DODDS, Los griegos y lo irracional

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Tengo que decir que no me considero mala persona (aunque admito que eso es precisamente lo que diría un asesino). Siempre que leo alguna noticia sobre asesinatos, me sorprende la obstinada, casi enternecedora seguridad con que estranguladores múltiples, infanticidas, y en general todo tipo de depravados y culpables niegan su maldad; incluso se sienten inclinados a sostener una especie de falsa decencia. («En el fondo soy una buena persona». Son palabras del autor del más reciente asesinato múltiple —dicen que no se librará de la silla—; no hace mucho, en Texas, se cargó a media docena de enfermeras con un hacha. He seguido su caso con interés). Nunca me he considerado muy buena persona, pero tampoco puedo decir que sea detestablemente malvado. Quizá sea imposible pensar en esos términos de uno mismo, y nuestro amigo de Texas es un buen ejemplo. Lo que hicimos es terrible, y sin embargo no me parece que ninguno de nosotros fuera exactamente malo; podéis llamarlo como queráis: debilidad, en mi caso; arrogancia, en el de Henry; o demasiadas redacciones de prosa griega.

No lo sé. Supongo que debí enterarme mejor de en qué me estaba metiendo. Sin embargo, el primer asesinato —el del granjero— había sido muy sencillo, como cuando tiras una piedra al lago y apenas se forman ondas. El segundo también fue fácil, por lo menos al principio, pero yo ignoraba lo diferente que sería. Lo que tomamos como un paso insignificante (un leve ruido sordo, una rápida caída, las aguas cubriéndolo sin dejar rastro), resultó ser una carga de profundidad, una carga que explotó súbitamente bajo la helada superficie, y cuyas repercusiones puede que ni siquiera ahora se hayan agotado.

Hacia finales del siglo XVI el físico italiano Galileo Galilei realizó varios experimentos relacionados con la caída de los cuerpos, arrojando objetos (según dicen) desde la Torre de Pisa para medir la aceleración que sufrían. Descubrió lo siguiente: que al caer, los cuerpos adquieren velocidad. Que cuanto más lejos cae un cuerpo, más deprisa se mueve. Que la velocidad de un cuerpo que cae equivale a la aceleración debida a la gravedad multiplicada por el tiempo de la caída en segundos. Resumiendo: que dadas las variables de nuestro caso, nuestro cuerpo viajaba, en su caída, a una velocidad de más de 9,7 metros por segundo cuando dio contra las rocas del fondo.

Ya os podéis imaginar lo rápido que fue. Y resulta imposible pasar esa película a cámara lenta, examinar cada uno de los fotogramas. Ahora veo lo mismo que vi entonces: imágenes que pasan con la rápida y engañosa facilidad de un accidente: lluvia de grava, brazos agitados en el aire, una mano que intenta agarrarse a una rama y no lo consigue. Una bandada de cuervos asustados surge de los matorrales, graznando, oscura contra el cielo.



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