El retrato de casada by Concha Cardeñoso

El retrato de casada by Concha Cardeñoso

autor:Concha Cardeñoso [Maggie O'Farrell]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788419089540
editor: Libros del Asteroide
publicado: 2023-02-03T00:00:00+00:00


En la delizia no tiene obligaciones durante el día; sin embargo, por la noche se le exige mucho. Tiene que darse, tiene que rendirse, tiene que entregarse a otra persona, darle acceso y paso cada noche, todas las noches. Parece un poseso, es un hombre con una misión: engendrar un heredero, asegurar la continuidad de su linaje. Se pone a la tarea como se pone a todo: con determinación y concentración.

Por la noche, en la habitación, se transforma en otra persona. Se quita la coraza de duque… se le cae, cree ella, junto con la ropa que va tirando al suelo desde la puerta hasta la cama. Le gusta levantar las sábanas y mirarla. A ella no le resulta fácil soportar esa vaharada repentina de aire nocturno en la piel desnuda. No debe encogerse de vergüenza, no debe esconderse ni cerrar los ojos: a él no le gusta que lo haga. De todos modos, ya no es Alfonso, ya no es el hombre que cenaba con ella en la larga mesa del comedor. Ha cambiado, tiene otra forma, se ha quitado el disfraz. Es un ser mítico, todo piel, nervio y haces de pelo; es un dios fluvial, un monstruo del agua que ha venido arrastrándose desde el Po, que serpentea por el fondo del valle, que ha tomado forma humana para abrirse camino hasta su habitación, hasta su cama, y se ha colado entre las sábanas y la agarra con manos palmeadas y frota su piel ardiente contra la de ella y la somete con la fuerza que ha cobrado en las profundidades acuáticas, luchando contra las corrientes, mientras las agallas ocultas del cuello laten y laten, absorbiendo el aire ajeno de la habitación.

En ese momento se le permite cerrar los ojos, mientras él entra en un estado que es con ella, pero sin ella. Está ahí, sin duda, desbordante, pero está en otro lado. Se transporta, su rostro se vuelve irreconocible en esos momentos, cuando a ella se le olvida y abre los ojos y ve la máscara grotesca encima de su cuerpo: un rostro furioso, empecinado, un deseo insaciable. Piensa que la ha olvidado. Lo único que tiene que hacer ella ahora es esperar, echar la cuenta atrás. El dios fluvial oficia su rito nocturno, busca ese alivio misterioso y necesario, persigue esa querencia imperiosa de copulación humana empujando y empujando para dejar su marca dentro de ella, mientras expulsa por la piel gotas de agua de río, que la salpican, como si exudara limo de las profundidades, como si su único objetivo fuera soltarlo dentro de ella para hacerla como él, un ser acuático, una niña sirena.

Ha aprendido a respirar, a dominar los músculos para que no se resistan, a hundirse más en el colchón y encontrar un poco de sitio para ella, a no sobresaltarse cada vez que la toca con la mano o con otras partes del cuerpo. Ha descubierto que Isabella tiene razón, que con el tiempo duele menos, que a él no



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