El periodista deportivo by Richard Ford

El periodista deportivo by Richard Ford

autor:Richard Ford [Ford, Richard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1986-01-01T05:00:00+00:00


9

Una niebla gris de hebras plateadas invade mi habitación. Estoy tumbado en el suelo del dormitorio de la galería, completamente vestido, con la cabeza apoyada en los listones de madera, que están fríos y humedecidos por la niebla matinal. En los meses que siguieron a la marcha de X, me despertaba muchas veces en esta misma postura. Me dormía leyendo catálogos en el sofá de fuera, como anoche, en mi cama o en el office, pero me despertaba siempre igual, vestido y tieso como una momia y sin poder moverme. Aún no se por qué. Hace tiempo que dejé de considerarlo como una mala señal. Y aunque cierta nostalgia impregna la fría mañana, todo es bastante familiar, y me apetece quedarme echado un poco más, escuchando cómo mi corazón late con fuerza y sin dolor. Es Pascua.

Oigo los sonidos típicos de domingo. Alguien rastrillando hojas de primavera en un jardín cercano, acabando una tarea empezada meses atrás, un solo pitido del primer tren que llega, papás y mamás preparándose para los oficios religiosos que se celebran en el instituto… Un pedazo de papel recio azota el pavimento. Un murmullo de voces en la casa contigua de los Deffeye y el golpear suave de la pelota en la oscura madrugada. Oigo el trasiego de Bosobolo en su habitación y su radio sonando a bajo volumen con el mismo gospel de toda la noche. Oigo a alguien haciendo jogging por mi calle en dirección a la ciudad. Y más lejos, en la quietud de antes del alba, tan lejos como la próxima ciudad durmiente, oigo campanas que repican una afable llamada de Pascua. Y también oigo sollozar. Los susurros bajos de alguien que siente pena de verdad en algún lugar del cementerio, envuelto en la oscuridad. Me acerco a la ventana y miro abajo en la penumbra del amanecer, entre el follaje de las copas de las hayas y los tulipaneros, pero no puedo ver nada bajo el pálido cielo de nubes y estrellas, sólo el perfil de las sombras de los árboles y los blancos monumentos. No hay ningún ciervo mirándome.

He oído sonidos así otras veces. La hora de la zona residencial para llorar a los muertos es temprana; en este punto intermedio de la carretera de más de tres kilómetros; una parada en el camino al trabajo o hacia la Autopista 7-11. Nunca he visto a nadie, pero siempre suena igual, casi siempre una mujer llorando lágrimas de soledad y remordimiento. Una vez me quedé escuchando y al cabo de un rato alguien —un hombre— empezó a reírse y a hablar en chino.

Me tumbo en la cama y escucho los sonidos de Pascua, la fiesta optimista, la fiesta ideal para los barrios residenciales. Es un día especial para todos los que tienen un carácter risueño y creen firmemente en una visión conciliadora, una pequeña y ordenada fiesta para recordar dulcemente, sin distinguirla del día, durante toda la vida. No puedo recordar un día de Pascua lluvioso, o uno en que el sol no brillase con todo su esplendor.



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