El Minotauro by Ruth Rendell

El Minotauro by Ruth Rendell

autor:Ruth Rendell [Rendell, Ruth]
Format: epub
Tags: prose_contemporary
editor: www.papyrefb2.net


Aunque, a pesar de lo que dijera el doctor Lombard y de las absurdas acusaciones de su madre, yo estaba convencida de que John jamás podría mostrarse violento, me equivoqué. Nunca pensé que habría una discusión sobre la administración del Largactil durante el desayuno. No se le administraría, y punto. John había estado perfectamente el día anterior, más lúcido, aunque quizá no más hablador, y no me pareció que hubiera ningún motivo para volver a olvidarme de darle la medicación. Ida no opinaba lo mismo. Supongo que temía la reacción de su madre. Esperaba a John sentada a la mesa cuando bajé a desayunar y la pastilla estaba ya en un plato de cristal idéntico al que él tenía en su habitación, con un vaso de agua a punto.

John ocupó su silla, ignorando la pastilla, y cogió su huevo. Normalmente, alguien le quitaba la cáscara de la parte superior, pero esa mañana lo hizo él mismo, y con mano experta. Ida dijo entonces:

—La pastilla, John. Será mejor que te la tomes antes de comer nada.

—No —dijo él.

—Vamos, siempre te la tomas.

Por algún motivo, esas palabras me dieron qué pensar, pues me acorde de haber leído en alguna parte que el Largactil no debía administrarse durante períodos prolongados. Uno de sus efectos podía ser el temblor en las manos y las dificultades de movimiento. ¿Qué se consideraba un período prolongado? Me tomé el café sin apartar los ojos de John, que parecía ignorar a Ida, pero cuando ella repitió lo que acababa de decir, él dejó la cucharilla en el plato y dijo, alzando la voz:

—No pienso tomármela, así que no insistas.

Era la frase más larga que le había oído decir hasta la fecha.

—¿Y si te la diera Kerstin?

A Ida le costó cierto esfuerzo decir eso. Como ocurría con el resto de la familia, no veía con buenos ojos que no la prefirieran a ella. Aun así, deseaba desesperadamente que John se tomara la pastilla y estaba dispuesta a pagar por ello el precio del rechazo.

—Creo que tampoco así se la tomará —dije.

Ida se encogió de hombros sin ocultar su enfado y en un gesto estúpido cogió la pastilla con la cucharilla y se la acercó a la cara. Rápido como el rayo, John la detuvo con el brazo izquierdo, doblándolo contra su pecho a la altura del codo y, sacudiéndolo con fuerza, la golpeó en plena cara. Ida se levantó de un salto, dejando escapar un grito. Se cubrió el rostro con las manos y se tocó la boca allí donde su hermano la había golpeado.

Me asusté. John estaba loco, así lo afirmaban todos, y la locura da miedo. Puse todo mi empeño en no mostrar mi temor y le dije a Ida, con una voz que intenté mantener firme, que saliera del comedor y que subiera a su habitación. Que desapareciera un rato. Ida así lo hizo. Se escabulló fuera entre un repiqueteo de zapatillas. Inspiré hondo dos o tres veces y me obligué a seguir desayunando.



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