El mejor amigo del oso by Arto Paasilinna

El mejor amigo del oso by Arto Paasilinna

autor:Arto Paasilinna [Paasilinna, Arto]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1995-01-01T05:00:00+00:00


18. DE LA VIDA MARÍTIMA EN AGUAS ÁRTICAS

El Alla Tarasova se mecía en el neblinoso Atlántico. El coche del pastor Huuskonen viajaba en la cubierta de proa, atado con unas sogas, mientras que éste, apoyado en la baranda de estribor, contemplaba las escarpadas paredes montañosas que de vez en cuando se vislumbraban entre la bruma. Era de noche, pero aún había claridad, ya que en el norte el sol nunca se pone en verano. Ya habían dejado atrás Hammerfest e iban rumbo al océano Ártico.

Huuskonen estaba melancólico. Había abandonado su patria y se dirigía al remoto Mar Blanco. ¿Y si había tomado la decisión de partir demasiado a la ligera, sin pararse a pensar en las consecuencias? Había pasado de pastor luterano a marinero circense, ¿no era un poco raro?

Lucifer no cesaba de aprender cosas en lo que llevaban de travesía. Trabajaba como ayudante en el comedor de oficiales. Aparte de servir las mesas, se encargaba de la limpieza de la sala, cosa que hacía normalmente con su propio pelaje, que al ser más esponjoso que los trapos, limpiaba mejor, sobre todo si primero se lo humedecía un poco. Para barrer los suelos empleaba el siguiente método: le envolvían las zarpas en un trapo, a modo de los peales que usaban los soldados rusos, y dándose un garbeo por la sala la dejaba reluciente en un tiempo récord. De vez en cuando enjuagaba los trapos, metiendo las zarpas en un cubo de agua.

En un par de días arribarían al puerto de Murmansk, donde estaba previsto que subieran a bordo unos doscientos pasajeros. El pastor estaba nervioso: ¿cómo se las apañaría para entretener con su oso a los turistas? Habían ensayado muchísimo y tenía listos varios números de rezos marítimos, así que todo tenía que salir a pedir de boca. Mientras contemplaba la brumosa superficie del mar, Huuskonen le daba vueltas a su extraño destino. Sus únicas posesiones eran un coche viejo y un oso. El primero pensaba venderlo en cuanto llegase a Murmansk y al segundo iba a tener que sacrificarlo en otoño, cuando su tamaño fuese tal, que ya no pudiese alimentarlo con sus escasos fondos. Lucifer era ya un muchachote: su altura en la cruz era de casi un metro y ya pesaba más de cien kilos. Menuda alfombra podría hacerse con él…

El plantígrado se paseaba a su albedrío por la cubierta del barco, ya que el pastor no podía acompañarlo siempre. Se paró a observar los botes salvavidas y las balsas y entonces le vino a la mente el simulacro de emergencia organizado días atrás, mientras hacían una parada de avituallamiento en el puerto de Kiel. Lucifer había seguido su desarrollo con interés desde la cubierta, en compañía de Oskari, y de repente tuvo la ocurrencia de repetir las maniobras él solito. Los osos tienen muy buena memoria y la de Lucifer era excepcional. Le hincó el diente a las cuerdas que activaban la puesta en funcionamiento de uno de los botes salvavidas, y se fió a dar tirones hasta soltarlas, tal y como había visto hacer a los marineros rusos.



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