El laberinto de Ragusa by Gisbert Haefs

El laberinto de Ragusa by Gisbert Haefs

autor:Gisbert Haefs [Haefs, Gisbert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2011-11-21T00:00:00+00:00


XV. EL CAMINO A HERCEG NOVI

Dos de sus hombres, me contó Goran hace un tiempo, nunca habían vuelto a pisar su hogar en Orebić. Cuando Antonio apareció en casa de Velimir con su historia y despertó a los dos ancianos, Goran partió a arrancar a estos dos marinos de húmedos brazos o de blandos sueños. En poco tiempo prepararon el bote y lo cargaron con provisiones de agua y alimentos. Al amanecer ya nos encontrábamos en el lado oeste de la muralla de Dubrovnik, que lindaba con el mar. Tuvimos que remar un poco para salir de la bahía de Gruž. En mar abierto soplaba un fuente viento del noreste que nos empujó con rapidez hacia el sur.

A bordo de un velero hay mucho que coser, de modo que teníamos por supuesto aguja e hilo. Goran manejaba el timón del barco; era el suyo, no el nuevo para el que seguía sin encontrar comprador. Al mismo tiempo, me contemplaba con evidente satisfacción mientras yo descosía el forro del estuche de mi violín y sacaba un paño doblado en el que ocultaba cien ducados.

—No supe negociar bien, como veo —dijo.

—Como ves —contesté—, hay una pequeña cantidad restante que no puedo metértela por la garganta, puesto que la necesito para pan y suelas de zapato.

—También se puede caminar descalzo.

Doblé el paño con las restantes setenta monedas y volví a coser el forro. Los ducados dorados descansaban junto a mí sobre el tablón y resplandecían contra los rayos del sol.

Una vez que acabé de coser me levanté y le entregué las monedas a Goran. Este siguió sujetando el timón con una mano mientras admiraba con placer evidente la vista del tesoro sobre la palma de la otra mano. Luego suspiró, se metió las monedas en un bolsillo del pantalón y dijo:

—¿No quieres alquilar mi barco todos los días? Le haría bien a mi pobre y viejo corazón. Por no hablar de mis ojos.

Devolví la aguja y el hilo a la caja de materiales de costura y otros enseres.

—Tu corazón y tus ojos tendrán que buscarse otros placeres. ¿Cuánto tiempo crees que tardaremos en llegar a la bahía?

Goran entrecerró los ojos, arrojó una mirada a la costa que se deslizaba lenta junto a nosotros, luego a nuestro velero cargado y sacudió la cabeza.

—Si el viento se detiene… ¿tres o cuatro horas?

Antonio y yo habíamos ayudado tanto como fue posible tensando las velas y realizando otros menesteres cuyos términos desconocíamos tanto como los nombres de los objetos que tuvimos entre las manos durante el proceso. Ahora no quedaba nada más que pudiéramos hacer. Sentado al pie del mayor de los dos mástiles del barco, Antonio contemplaba el mar con la mirada perdida.

—¿Quieres pelearte con el Dux para decidir quién de ustedes se casa con el agua? —dije bromeando al tiempo que me sentaba a su lado.

Soltó un suave chasquido con la lengua por respuesta.

—Estaba pensando en cómo es posible vivir tanto tiempo en la costa y no saber nada de lo que ocurre sobre el agua.



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