El intruso by Frederick Forsyth

El intruso by Frederick Forsyth

autor:Frederick Forsyth [Forsyth, Frederick]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2015-09-08T04:00:00+00:00


Adiós, BBC

Tom Maltby era un hombre muy bueno y amable. Había estado en la Marina durante la guerra y había entrado en combate, pero nunca alardeaba de ello. Sabía exactamente lo que había ocurrido con mi carrera en la BBC y por qué. Intenté explicárselo de todos modos.

Solo había informado desde Nigeria de lo que había visto o, si había sido de oídas, con atribución inmediata. ¿Dónde estaba la parcialidad? Me respondió que yo no entendía el meollo del asunto.

Lo que había hecho, me explicó, igual que si fuera un sobrino que había metido la pata, era contradecir al alto comisionado en Lagos, sir Saville Garner, el mandarín de mayor rango del Ministerio de la Commonwealth (y, por tanto, del gobierno británico), al servicio mundial de la BBC y al señor Hutchinson.

Pero estaban todos encandilados con el análisis original, que era erróneo, protesté. Aun así, es el único análisis aceptable, replicó él. Luego añadió el argumento que me impidió presentar la dimisión de inmediato.

—Lo esencial es la duración —dijo—. Si esta guerra, de diez días o dos semanas, continúa durante, digamos, seis meses, no cabe duda de que tendrán que replanteárselo.

Tenía sentido y podía estar en lo cierto. Si la insurrección biafreña se derrumbaba rápidamente, el análisis de los mandarines habría sido correcto, si bien un tanto demorado; y quedaría demostrado que mis predicciones de que aquello no era una tormenta en un vaso de agua estaban equivocadas.

Para no tener que pasar el rato en la atmósfera crispada de la redacción, sugirió que se me transfiriera a la sección parlamentaria, en la Cámara de los Comunes. El corresponsal político, Peter Hardiman Scott, tenía una vacante para un ayudante. Así que allá me fui en octubre de 1967.

Era una delegación pequeña y cordial que durante los cinco meses que estuve allí me enseñó mucho sobre cómo se gobierna el país en realidad. También me echó por tierra un montón de ilusiones benevolentes sobre los méritos de los parlamentarios y los pares. Pude eludir el nido de víboras en que se había convertido la Casa de la Radiodifusión mientras camarillas rivales pugnaban por el poder y la influencia. Luego, en febrero de 1968, ocurrió algo que me hizo cambiar de parecer.

Entretanto, la guerra civil nigeriana ni había terminado ni había ido a mejor. El gobierno de Lagos había instaurado el servicio militar obligatorio, con lo que había aumentado enormemente la magnitud de su ejército, que estaba siendo discretamente pertrechado con grandes cantidades de armamento británico, enviado de manera encubierta por el gobierno de Wilson, que aseguraba a todo el mundo ser neutral.

Pero los biafreños no se habían venido abajo. Al contrario. Antes de la secesión, Ojukwu había transferido todas las reservas financieras de Nigeria Oriental fuera del alcance de Lagos, y estaba incrementando el tamaño y el equipamiento de su propio ejército en el mercado negro internacional. Biafra también había establecido una oficina de representación en Londres y había contratado los servicios de una agencia que se ocupara de la comunicación con los medios.



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