El inocente by Gabriele D’Annunzio

El inocente by Gabriele D’Annunzio

autor:Gabriele D’Annunzio [D’Annunzio, Gabriele]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1891-12-31T16:00:00+00:00


XV

La hora de la verdad, la hora tan temida y anhelada al mismo tiempo, se aproximaba. Giuliana estaba lista. Se había mantenido firme ante el capricho de Maria, y quiso esperarme a solas en su dormitorio. «¿Qué le diré? ¿Qué me dirá? ¿Cuál será mi primera reacción hacia ella?». Todas las resoluciones, todos los propósitos se dispersaban. No quedaba más que una ansiedad insoportable. ¿Quién podía prever las consecuencias de nuestra conversación? No me sentía dueño de mí mismo, de mis palabras, de mis actos. Sólo sentía en mi interior una maraña de cosas oscuras y contrarias que, al más leve choque, debían sublevarse. Nunca, como en ese momento, tuve tan clara y desesperada conciencia de las discordias internas que me desgarraban, la percepción de los elementos irreconciliables que se agitaban en mi ser y se soliviantaban y destruían recíprocamente en un perpetuo conflicto, rebeldes a todo dominio. A la conmoción de mi espíritu se añadía una particular turbación de los sentidos, excitado por las imágenes que en aquel día me habían torturado sin tregua. Conocía bien, demasiado bien, aquella aflicción que remueve —como ninguna otra cosa puede hacerlo— el fango íntimo de un hombre; conocía perfectamente aquella baja especie de concupiscencia de la que nadie puede defenderse, aquella tremenda fiebre sexual que durante algunos meses me había subyugado a una mujer odiosa y despreciable, Teresa Raffo. Y ahora los sentimientos de bondad, de piedad y de fuerza que necesitaba para sostener mi confrontación con Giuliana y para insistir en el propósito primitivo se removían en mí como vagos vapores sobre un fondo cenagoso, repleto de gorgoteos sordos, traicioneros.

Estaba próxima la medianoche cuando salí de mi dormitorio para dirigirme al de Giuliana. Todos los ruidos habían cesado. La Badiola reposaba en un silencio profundo. Permanecí a la escucha y casi me pareció oír, en el silencio, la tranquila respiración de mi madre, de mi hermano, de mis hijitas, de aquellos seres ignorantes y puros. Se me apareció de nuevo el rostro de Maria, durmiente, tal cual lo había visto la noche anterior. Se me aparecieron también los otros rostros; y en cada uno de ellos había una expresión de reposo, de paz y de bondad. Me invadió una súbita ternura. La felicidad, que el día anterior había vislumbrado para luego desaparecer, reapareció en mi espíritu en toda su inmensidad. Si nada hubiera sucedido, si hubiera perdurado aquella plena ilusión… ¡Qué noche habríamos pasado! Habría ido hacia Giuliana como hacia una persona divina. ¿Y qué otra cosa hubiera podido desear más dulce que aquel silencio en torno a la ansiedad de mi amor?

Pasé ante la cámara donde la noche anterior había recibido por boca de mi madre la inesperada revelación. Escuché de nuevo el reloj de péndulo que había marcado la hora; y no sé por qué aquel tictac constante aumentó mi angustia. No sé por qué, me pareció escuchar la angustia de Giuliana responder a la mía, a través del espacio que aún nos separaba, con una aceleración de latidos armónicos.



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