El Greco by Ramón Gómez de la Serna

El Greco by Ramón Gómez de la Serna

autor:Ramón Gómez de la Serna [Gómez de la Serna, Ramón]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Arte, Biografía
editor: ePubLibre
publicado: 1935-01-01T00:00:00+00:00


XIV-XV. EL ENTIERRO DEL CONDE DE ORGAZ

(Fragmento). Iglesia de Santo Tomé. Toledo.

XVI. EL MARTIRIO DE SAN MAURICIO

(Fragmento). Monasterio El Escorial.

XVII. SAN JOSE

Dim.; 1,10 × 0,55 m. Museo de Santa Cruz. Toledo.

XVIII. SAN FRANCISCO DE ASIS

Dim.: 1,52 × 1.13 m. Museo del Prado. Madrid.

LAS CALAVERAS Y EL GRECO

A

LGUNAS veces son Marías Magdalenas o Marías Egipcíacas las que tienen cerca o en la mano la calavera despertadora, pero se da el caso que no es de mujer, sino de hombre, porque no se puede suponer que la fea calavera sea calavera femenina.

La Magdalena representada por la pintura fue aquella que llevó ese nombre por los escándalos que dio en Mágdala y a la que Jesús perdonó sus pecados, según Juan de Avila, “no porque amara, sino porque por haber amado creyó, creyendo sin entender”.

Aquella mujer que ungió los pies del Señor con perfume de nardos y los secó después con su hermosa cabellera, fue la predilección de los pintores en un tiempo y la presentaron en el desierto, dedicada a la penitencia y con la calavera cerca.

Un poeta del tiempo de esa moda temporal dilucida el sentido de esos cuadros con estas palabras:

“Acercáos, amantes, y contemplad a la que era nuestra gloria; vosotros, que un tiempo os abrasabais por Magdalena, venid y ved cómo su rostro se sonroja con nuevo afeite. Qué seductor espectáculo de altísima belleza ver cómo ha trocado su rico vestido por la tosca estameña; la peligrosa sonrisa, por el triste lamento; el altivo palacio, por la vil cueva. Los rubios cabellos, que cogía en delicadas trenzas y aderezaba con perlas, cuelgan ahora hirsutos por la escarcha y el frío y descuidados sobre los hombros. Y así, llena de sincero ardor, con calma serena y velada mirada, la que en un tiempo atraía a sí los corazones, es ahora atraída por el cielo”.

Los San Franciscos de esa misma época son santos oliváceos y demacrados que tenían cerca también su calavera ejemplar.

En España se repite ese cuadro tradicional en que el dulce San Francisco se vuelve demasiado ascético y tetrical.

Verdad es que en el estribillo de su Canto al Sol se repite. ¡Bendito seas, Señor mío, por parte de nuestra hermana la Muerte!” y que sus últimas palabras son “bien venida sea la hermana muerte”, pero de su sonrisa seráfica no se desprenden imágenes tan excesivamente tenebrantes.

San Jerónimo también alterna a veces con San Francisco y La Magdalena, en la obsesión calaveril, y tiene el dedo puesto sobre la pobre calva marfileña del mondo cráneo.

Sin embargo, aquellos santos, anacoretas y expiacionistas, veían por el agujero cavernario la luz del paisaje y el valor del cielo y del pan con máxima exaltación.

El Greco elevó sus cráneos místicos a sin igual expresividad y ya no son de caballeros alargados por el espejo soberbio de la vida, sino seres devueltos a su normalidad y proporción, aplastados por el desastre, proporcionados por el pintor.

El Greco debía pintar sus cráneos ya de memoria —en sus cincuenta San Franciscos no faltan— y por eso son de



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