40 años en el arte neoyorquino by Tucker Marcia

40 años en el arte neoyorquino by Tucker Marcia

autor:Tucker, Marcia
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Movimientos artísticos modernos (siglo XX). Biografías
editor: Turner
publicado: 2011-01-01T00:00:00+00:00


Tuve que pasar unos cuantos años mencionando el nombre de Bruce Nauman en todas las reuniones internas para convertir su exposición en “la exposición de Nauman de la que Marcia lleva hablando toda la vida”.

Por fin, en la primavera de 1973, me vi en medio de la cuarta planta del Whitney con Bruce a mi lado, montando su retrospectiva, que comisarié conjuntamente con Jane Livingston, del Los Angeles County Museum of Art. Bruce y yo estábamos probando el monitor de vídeo que habíamos colocado en lo alto de una esquina, donde se proyectaba un vídeo que él había realizado y en el que se mostraba a sí mismo caminando arriba y abajo por su estudio, tocando las notas D, E, A, D [muerto] una y otra vez con un violín. No, no sabía tocar el violín, como probaban los extraños chirridos que producía. Y sí, resultaba tedioso verle esforzarse una y otra vez con los mismos resultados (aunque debo decir que no me importa aburrirme durante veinte minutos si eso me proporciona algo en lo que puedo pensar durante veinte años). El hecho de que un artista plástico estuviera interpretando música, un género normalmente fuera del ámbito de las artes visuales, y el que no hiciera ningún esfuerzo por mostrar habilidad musical o técnica, aparte de generar los chirriantes sonidos de cada nota, hacía que su obra me resultara completamente fascinante.

Cuando era pequeña, soñaba a menudo con cómo sería ser tú mismo pero poder a la vez ver el mundo a través de los ojos de otra persona. Quería poder elegir a esa persona, por supuesto, porque de otro modo a lo mejor no había nada interesante que ver. (Es la arrogancia de los muy jóvenes, pero una fantasía es una fantasía, para bien y para mal). Me imaginaba encogiéndome primero dentro de los pies de esa persona, alineando mis dedos de los pies dentro de los suyos, encajando los dedos uno a uno dentro de sus manos como si fueran guantes de carne, haciendo coincidir nuestros ombligos y, por fin, un ojo dentro de otro, mirando hacia fuera con cristalina visión doble, mente y cuerpo, los suyos y los míos, en perfecta armonía.

De repente me di cuenta de que la sensación que tenía mientras instalaba la exposición de Bruce era la de mi fantasía favorita hecha realidad: la sensación de ser capaz de introducirme en el cuerpo y la visión de otra persona, sin abandonar mi propia autonomía. Veía lo que Bruce veía, pero siendo yo misma.

Querer crear algo es una cosa, pasarte la vida interpretando lo que los demás han hecho es otra. En aquel momento, comprendí por qué me había convertido en conservadora.

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