El cuarto rojo by August Strindberg

El cuarto rojo by August Strindberg

autor:August Strindberg [Strindberg, August]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1878-12-31T16:00:00+00:00


CAPÍTULO DECIMOQUINTO

La sociedad anónima teatral Fénix

Al día siguiente hacia mediodía despertó Rehnhjelm en su cama del hotel donde se alojaba. El recuerdo de la noche recién pasada emergió en él como si fantasmas rodearan su lecho en un día luminoso de verano. Vio la bella habitación, ricamente adornada de flores, donde la orgía había tenido lugar a puerta y ventanas cerradas; vio a la actriz de treinta y cinco años, exiliada, por causa de una rival, a los papeles más bajos: entra desesperada y furiosa por causa de nuevos insultos, se emborracha y pone los pies en el borde del sofá, y cuando comienza a hacer demasiado calor en la habitación, se desabrocha el cinturón de su vestido con la misma indiferencia con que los señores se sueltan el chaleco después de una buena comida; en torno a ella revolotea el viejo cómico que ha tenido que renunciar a su especialidad de galán hace mucho tiempo para verse, después de un breve florecimiento, reducido a papeles de anunciador, y ahora se dedica a divertir a la baja burguesía con sus canciones y ante todo con sus relatos de su época de fama y éxito; pero en medio del humo y de los espejismos alcohólicos ve a la joven de dieciséis años que llega con ojos llenos de lágrimas y le cuenta al obscuro Falander que el gran director le ha vuelto a hacer proposiciones execrables y que, ante su negativa, ha jurado vengarse, por lo que a partir de ahora ya no tendrá otra cosa que papeles de muchacha de servicio; y ve a Falander recibir las penas y las preocupaciones de todos y soplar sobre ellas para hacerlas desaparecer. Falander lo disuelve todo: ofensas, humillaciones, coces, desgracias, necesidades, miserias y lamentos, en una sola nada. ¡Cómo enseña y exhorta a sus amigos a no dar demasiada importancia a las cosas, y, sobre todo, a sus penas! Pero una y otra vez ve en su mente a la pobre chica de dieciséis años, de rostro inocente, de quien se hizo amigo y de quien, al despedirse, recibió un beso, un beso fuerte y apasionado, que su cerebro inflamado, ahora, cuando se siente sincero, recuerda que le había parecido ver algo inesperado. Pero ¿cómo diablos se llamaba la chica aquella?

Se levanta para coger la garrafa de agua y ve un pequeño pañuelo con manchas de vino. ¡Ah! Allí está, imborrablemente escrito, con tinta de marcar: ¡Agnes! Lo besa dos veces en su parte más limpia y se lo guarda en el baúl. Luego se viste con gran cuidado para ir a ver a la dirección del teatro, que cuando suele recibir es entre las doce y las tres.

Para no tener nada que reprocharse, llega a la oficina a las doce en punto y un ordenanza le pregunta qué quiere y en qué puede servirle. Rehnhjelm, sin gran optimismo, vuelve a preguntar si el director está visible, en vista de lo cual se entera de que el director se encuentra por el momento en la fábrica, pero volverá sin duda hacia la hora de comer.



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