Artforum by César Aira

Artforum by César Aira

autor:César Aira [Aira, César]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2013-12-31T16:00:00+00:00


Los broches

En la rutina de la casa también suceden pequeños hechos inexplicables. ¿Por qué pasó, por qué no pasó? No se sabe.

Sólo se sabe que pasó algo. ¿Qué? Bueno… ¡tantas cosas! Siempre está pasando algo, y es difícil hacer el recorte de un hecho, de una anécdota. ¿Cómo saber qué merece ser mencionado? O hay que hablar todo el tiempo, o quedarse callado para siempre. Las trivialidades que alimentan la cháchara inocente caen al subsuelo del silencio de las respuestas. A veces el azar de una repetición esboza un sentido.

—¡Se me rompió otro broche! ¡Qué mala suerte!

—Yo lo arreglo. (Pensaba que se había zafado el resorte de alambre que une las dos mitades).

—No. Se quebró. No tiene arreglo.

—¡A la basura!

—¡A la basura!

El lavadero del departamento está a la izquierda de mi estudio, que originalmente era el cuartito de la sirvienta. Presidiendo el techo del lavadero se encuentra el tendedero, una rejilla de cuerdas paralelas, con marco de caño metálico. Se sube y se baja con un complicado juego de roldanas. Ahí se cuelga la sopa a secar, lo habitual es que una selva de prendas húmedas tamice la luz del norte que llega hasta mi sillón frente a la computadora. En las raras ocasiones en que no hay ropa tendida, me gusta ver las paralelas vacías allá arriba, con los broches ociosos de todos colores prendidos como pajaritos a las cuerdas.

—¡Se rompió otro broche!

Sensación de repetición. ¿No se había roto ya? ¡No, éste es otro! Van tres. ¡Van cuatro! Hay algo de qué hablar.

De pronto, en el silencio de la inspiración… ¡Crac! Miro, y un broche yace en el piso, roto, y al mismo tiempo una camisa mojada deja caer un brazo, lo agita un instante goteando, como si señalase al caído. Un accidente insignificante: no basta para modificar mis hábitos taciturnos. Y sin embargo, queda registrado, y vuelve después, cuando se abre la tapa del lavarropas, y durante el tendido se oyen comentarios y quejas.

—¡Otro! ¿Pero de qué los hacen? ¡Ah, no, otro más!

—¿Eh? ¿Qué? ¿Qué pasa?

—Estos broches, se me han roto no sé cuántos en estos días… Es increíble. Pasan diez años, y los mismos broches siguen sirviendo, me olvido… ¡Qué diez años! Veinte, treinta. Tengo broches de antes de casarnos. Y ahora se rompen todos juntos.

—Mm… Ahora que me acuerdo… Hoy yo estaba escribiendo y de pronto, ¡crac! Uno se rompió, y ¡plinc, planc! Los pedazos cayeron al suelo.

—¿Se rompió solo?

—Solo.

—¿No habrás pasado por abajo y se enganchó la cabeza con la ropa y…?

—¡Solo, solo! Yo estaba aquí sentado.

—Qué raro. Pero sí, yo levanté los pedazos y los tiré a la basura.

—No, los pedazos los levanté yo, y los tiré.

—¿Sería otro, entonces? ¿De qué color era?

—Azul.

—¡No te digo! El que levanté yo era amarillo.

Y después de varios ¡qué raro! ¡pero qué raro! ¡qué loco!, el tema queda archivado. Hasta que se cae otro broche, y otro, y otro.

—¿No los estarás manipulando con demasiada fuerza? Yo tenía una tía que no le dejaban lavar los platos en la casa porque los rompía, tenía demasiada fuerza en las manos.



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